Lic. Irina Poletti
poletti.irina@gmail.com
Para
el presente trabajo seguiremos las líneas abiertas, retomadas y desenredadas,
por Silvia Bleichmar en relación a la fundación de lo inconsciente y la
metapsicología psicoanalítica establecida por Freud, buscando delimitar los
modos en que se origina el psiquismo.
Coincidimos
con su idea de que el aparato psíquico no está dado desde el nacimiento sino
más bien que su constitución es un proceso que debe darse y como tal, puede
acontecer o no. Bleichmar postula que es la
Represión originaria (renombra así a la Represión primaría postulada por
Freud) la que funda la tópica psíquica, pero nos aclara que no debemos pensar
lo originario como lo primero sino como lo que “da origen a”. En este sentido
la represión originaria da origen al aparato psíquico tópicamente dividido en
Inconsciente, Preconsciente-consciente y Yo.
Entonces
al llegar un niño al mundo, en un primer momento tenemos un cuerpo biológico
que por su fetalización depende en lo
absoluto de otros que lo cuiden. La madre (utilizando este término por
cuestiones estadísticas) mediante las maniobras que realiza para los cuidados
autoconservativos del infans (alimento, limpieza, mimos, etc.), introduce en la
misma acción, montos de excitación libidinal que arrancan a la cría de la
inmediatez biológica. Se ve aquí una doble función del adulto a cargo:
cancela la necesidad, le pone palabras a esa urgencia, libidinizando ese cuerpo ontológicamente -es decir, pensándolo como
un ser- unificándolo, pero al mismo
tiempo, como la otra cara de la moneda, va erogeneizando,
dejando un plus de excitación proveniente de su propio psiquismo clivado (es
decir, inconsciente), recortando zonas erógenas del cuerpo biológico. Es aquí
donde Bleichmar ubica el origen de la pulsión: la sexualización proveniente del
inconsciente materno.
Pero
si la pulsión se origina por el plus excitatorio que el adulto a cargo le
imprime, la constitución subjetiva del niño tiene como condición necesaria al
narcisismo materno, aquel que cumple la función de sostener, cobijar. Esta
capacidad de holding está dada por el modo en que su propio entretejido
psíquico es capaz de regular las cantidades que hace entrar al psiquismo del
bebe, de modo tal que el pequeño pueda ir ligándolas.
El
primer tiempo, entonces, de la vida psíquica (y marcamos aquí la distancia con
lo puramente biológico) es la instauración de la pulsión, que se da a partir de
las acciones del otro que realiza para satisfacer la necesidad, instalando un
plus no evacuable, que obliga al psiquismo incipiente a un procesamiento
psíquico con miras a encontrar vías de descarga y de ligazón. “Si el objeto encontrado fuera igual al inscripto, no habría crecimiento
psíquico, no habría ninguna razón para que el aparato se pusiera en marcha”
(Bleichmar, 2000). Es la diferencia y el
exceso el que obliga al aparato a ponerse en movimiento y en definitiva, lo que
nos hace humanos.
Estos
primeros contactos, con toda la información libidinal que trasmiten, van
dejando huellas en el psiquismo. Huellas mnémicas que se van registrando,
representaciones-cosa que irán marcando un ritmo psíquico, diferente al
biológico, y que sólo más tarde, por sucesivas retranscripciones, se
convertirán en representaciones-palabra (no todas. Ver ficha de Sigmund Freud y
Silvia Bleichmar en el apartado de
Constitución subjetiva). La palabra es secundaria a las primeras inscripciones
que se imprimen en el cuerpo del niño a partir de los cuidados que se le
procuran para satisfacer la necesidad. En el momento en que algo no se reduce
solo a la autoconservación es porque hay representaciones operando. De esta
manera el sujeto no queda capturado en una sexualidad desorganizante que el
otro le inscribe, sino que empieza a constituirse un entramado simbólico que lo
descaptura de la inmediatez biológica y de la compulsión a la que la pulsión lo
condena. (Bleichmar, 2006)
Estas
primeras inscripciones no son en el comienzo ni reprimidas ni conscientes sino
que caen en un espacio en el cual no hay represión. Son inscripciones que
implican un primer tiempo de la
sexualidad y que hay que diferenciar
tanto del primer tiempo de la vida biológica como de la represión. Cuando sean contrainvestidas se fijaran al
inconsciente y operaran mediante transcripciones (Carta 52 de Freud).
Decíamos
antes que la represión originaria es la que funda la tópica psíquica, y lo hace
mediante un movimiento de contrainvestidura, fijando los representantes
pulsionales del lado del inconsciente.
Podemos pensar que antes de la represión originaria hay representaciones y
cargas que fluyen libremente hasta que el momento de la represión originaria
organiza los lugares. No los produce sino que, por fijación, los organiza. La
oralidad, la analidad ya estaban, pero luego de la represión quedan fijadas en
el inconsciente. Por eso vamos a pensar al Inconsciente como sede del
autoerotismo reprimido. A su vez, la represión originaria da lugar al sistema preconsciente-consciente que se
diferencia por su modo de operancia lógica. Si las nociones de tiempo y
espacio, de la verdad y la mentira, la lógica del tercero excluido están
presentes vemos que el proceso secundario está operando, opuesto a la lógica
del proceso primario que funciona en el Inconsciente. El yo
va a quedar como lugar de investimentos de los ideales y sede del sujeto, en
tanto identidad.
Lacan
definió al sujeto como lo que representa un significante para otro
significante, efecto del enunciado. Silvia Bleichmar plantea que ese paso fue
necesario pero que hoy se debe
redefinirlo, conceptualizándolo no como efecto del lenguaje, sino por la
apropiación ideológico-ideativa transmitida por el otro humano, guiada a su vez por los modos que la cultura
de pertenencia indica. De modo que el yo es una masa identitaria en sentido
estricto, provista de enunciados que trasmiten valores y deseos de manera
compleja, y tiene por función representar los modos coagulados con los cuales la subjetividad se
instaura. Bleichmar, de este modo, toma en cuenta el momento histórico-cultural
en que habita el sujeto, teniendo incidencia el mismo en la producción de
subjetividad.
Vemos
que la concepción de sujeto psíquico con la que nos estamos manejando es, en
oposición a Lacan, desde el comienzo, intersubjetiva. La tópica psíquica se constituye
en el marco intersubjetivo que el Edipo
define en su estructura. Este ya no puede ser pensando como el odio hacia un
progenitor, con su consecuente amor hacía el otro, sino que si lo despojamos
totalmente de sus elementos histórico-sociales, lo que queda es la asimetría
insoslayable entre el adulto y el niño, asimetría que se caracteriza por la
disparidad de saber y poder, y por la discrepancia de posibilidades y
estructuras entre uno y otro. El Edipo se reduce, entonces, a estos dos puntos:
limitación a la apropiación del cuerpo del niño y la asimetría entre el niño y
el adulto en lo que respecta al saber y la posibilidad de hacer, sobre todo de
sexualidad. Hechos que cada familia, cada sujeto fantasmatizara de acuerdo a
su historia, lo que nos trae de vuelta a
la constitución del psiquismo del infante.
De
este modo se emplaza al sujeto en una línea de intersubjetividad que define las líneas por las cuales se
abrirán, a grandes trazos, los
movimientos que habrán de permitirnos entender la constitución de su propio
aparato psíquico, dentro de su marco particular de referencia. Pero con
intersubjetivo no queremos decir que el niño es determinado por sus Otros de
modo directo, sino que su constitución subjetiva será el resultado de un metabolismo
extraño, que, como toda metabolización, implica descomposición y recomposición.
Lo que hay es un proceso de descualificación y recualificación por parte del
psiquismo que lo recibe. A esto
Bleichmar, tomándolo de Laplanche, lo llama “metábola”, que implica que “entre
lo que el otro ofrece y lo que se recompone en el psiquismo hay un proceso de
descualificación y de recualificación que toma los elementos ofrecidos por el
otro articulándolos bajo un nuevo modo” Esto hace a la singularidad del
inconsciente. Pensemos aquí en la diferencia que hay no sólo entre hermanos,
que han nacido en diferentes momentos particulares de una familia, sino las
diferencias entre gemelos o aún mismo el modo de procesamiento absolutamente
singular frente a un hecho puntual que han vivido diferentes personas. Con esto
me refiero a que no hay elementos o situaciones traumáticas, sino que
dependerán de cómo el psiquismo lo metabolice, pudiéndolo ligar o no.
¿Cómo
opera esta metabolización? ¿Por qué traza ciertos caminos y no otros? ¿Por qué
se incorporan algunos elementos y no otros? ¿Cómo y por qué se significan estos
mensajes enigmáticos que son trasmitidos a través del cuidado y del contacto
con los padres? Es difícil de responder. En uno de sus seminarios anuales un
participante le pregunta a Silvia Bleichmar justamente esto y ella responde:
“La
pregunta que Usted me hace es una pregunta dura porque es justamente la
pregunta que yo estoy tratando de responder y reformular hace años. (…) Sé que
están las líneas del deseo y sus recomposiciones abiertas, que esto se produce
(…)por tensiones libidinales, por tensiones deseantes, y
que debemos rastrearlo en la historia
libidinal y reconstruirlo por apres-coup, pero sé también que nuestra
teorización es insuficiente.” (el resaltado es nuestro).
Historia
libidinal que antecede al sujeto, que lo con-forma pero no define. Líneas
abiertas que seguirán su propio derrotero. La constitución subjetiva no se
puede calcular, en el sentido matemático del término. Si lo genético no
determina la subjetividad que de ese cuerpo vaya a emerger, lo mismo vale para
las variables menos tangibles pero tan importantes para el sujeto en
estructuración: el medio familiar, su historia, su modo de transmisión serán
variables a tener en cuenta pero sin atribuirles valor de causa determinante.
Retornemos
a la metapsicología. Si la represión funda la diferencia entre los sistemas
psíquicos, sirve a los fines clínicos, encontrar una forma de determinar cuándo
hay represión originaria como modo de balizar los tiempos en la constitución de
la tópica psíquica. El primer modo de cercar la presencia de la represión
originaria es por relación a la instalación de los otros sistemas psíquicos. El
segundo recae sobre los elementos sobre
los cuales la represión opera. La
represión originaria recae sobre los representantes pulsionales y la
represión secundaria opera sobre el
complejo de Edipo.
El
inconsciente es la sede del autoerotismo
reprimido antes de que se produzca el sepultamiento del Edipo. Del autoerotismo
al narcisismo, se pasa primero por amor al otro, entendiendo al narcisismo como segundo tiempo en la
constitución de la sexualidad humana. Es por amor al otro que se renuncia, por
ejemplo a jugar con las heces, y sólo posteriormente, luego de la instauración
de la represión originaria, será por asco que no se haga. La represión
originaria, al fijar la representación al inconsciente, evita que el sujeto
viva constantemente atacado por sus propias mociones pulsionales siempre
activas. Esto, explica Bleichmar, permite dejar libido libre y es condición de
la sublimación.
Si
bien la metapsicología fue un poco dejada de lado, es importante tener
presentes estas cuestiones que parecen abstractas pero que son útiles para
pensar el diagnóstico y la dirección de la cura. No es lo mismo una enuresis o
encopresis primaria (aquellas donde nunca se controló esfínteres) que la
secundaria, o que siga mordiendo cuando el sadismo ya debería estar reprimido,
porque dan cuenta de distintas formas en que la pulsión está operando. Si encuentra
inhibiciones o transcripciones fue sepultada por la represión originaria y
vamos a encontrarnos con una enuresis secundaria o algún síntoma retorno de lo
reprimido en tanto formación del inconsciente. En el caso de que no se haya
producido aún nos encontraremos con trastornos, que implican un conflicto
intersubjetivo (a diferencia del síntoma que es intrasubjetivo), en el interior
de las relaciones primordiales con sus semejantes. Respecto al tratamiento con
niños, y en relación al trabajo con los padres, la diferencia marcada entre
síntoma y trastorno ayuda a pensar la dirección de la cura. Si la causalidad
psíquica son representaciones reprimidas que avanzan, entran en conflicto y
forman síntomas, entonces hay que buscar esas representaciones en el sujeto, aun cuando su orden de
proveniencia haya sido del otro, ya que fueron metabolizadas, transformadas y
convertidas en representaciones intrapsíquicas en el niño. En cambio cuando se
refiera a un trastorno habrá que ver qué función está cumpliendo ese sufrimiento
en la dinámica de sus otros significativos. Por ejemplo un motivo de consulta
puede ser que un niño no coma, pero hay que evaluar qué carácter tiene ese
“síntoma”. Si se tratará de un síntoma en sentido estricto podría ser que no
ingiriera alimento porque a través del deseo insatisfecho logra alguna otra
satisfacción. En el caso de que refiriera a un trastorno podría ser que el no
comer venga a cumplir la función de separarse de su madre, oponiéndosele a su
deseo para darle lugar al suyo cuando esto no se da naturalmente.
Vemos
entonces que la metapsicología nos sirve para pensar cómo y por qué
intervenimos, en qué momento de su constitución subjetiva se encuentra detenido
y cómo lo podemos ayudar para que siga un desarrollo saludable y no se quede
fijado a representaciones que le son ajenas y coagulantes.
Bibliografía
Bleichmar,
Silvia. La construcción del sujeto ético. Paidós, Buenos Aires, 2011
Bleichmar,
Silvia. En los orígenes del sujeto psíquico. Amorrortu editores, Buenos Aires,
1986.
Bleichmar,
Silvia. La fundación de lo inconciente. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.
Bleichmar,
Silvia. Clínica psicoanalítica y neogénesis. Amorrortu editores, Buenos Aires,
2000.
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