miércoles, 9 de agosto de 2017

Metapsicología de los orígenes


Lic. Irina Poletti

poletti.irina@gmail.com



Para el presente trabajo seguiremos las líneas abiertas, retomadas y desenredadas, por Silvia Bleichmar en relación a la fundación de lo inconsciente y la metapsicología psicoanalítica establecida por Freud, buscando delimitar los modos en que se origina el psiquismo.

Coincidimos con su idea de que el aparato psíquico no está dado desde el nacimiento sino más bien que su constitución es un proceso que debe darse y como tal, puede acontecer o no. Bleichmar postula que es la Represión originaria (renombra así a la Represión primaría postulada por Freud) la que funda la tópica psíquica, pero nos aclara que no debemos pensar lo originario como lo primero sino como lo que “da origen a”. En este sentido la represión originaria da origen al aparato psíquico tópicamente dividido en Inconsciente, Preconsciente-consciente y Yo.

Entonces al llegar un niño al mundo, en un primer momento tenemos un cuerpo biológico que por su fetalización  depende en lo absoluto de otros que lo cuiden. La madre (utilizando este término por cuestiones estadísticas) mediante las maniobras que realiza para los cuidados autoconservativos del infans (alimento, limpieza, mimos, etc.), introduce en la misma acción, montos de excitación libidinal que arrancan a la cría de la inmediatez biológica.  Se ve aquí una doble función del adulto a cargo: cancela la necesidad, le pone palabras a esa urgencia, libidinizando ese cuerpo ontológicamente -es decir, pensándolo como un ser- unificándolo, pero al mismo tiempo, como la otra cara de la moneda, va erogeneizando, dejando un plus de excitación proveniente de su propio psiquismo clivado (es decir, inconsciente), recortando zonas erógenas del cuerpo biológico. Es aquí donde Bleichmar ubica el origen de la pulsión: la sexualización proveniente del inconsciente materno. 

Pero si la pulsión se origina por el plus excitatorio que el adulto a cargo le imprime, la constitución subjetiva del niño tiene como condición necesaria al narcisismo materno, aquel que cumple la función de sostener, cobijar. Esta capacidad de holding está dada por el modo en que su propio entretejido psíquico es capaz de regular las cantidades que hace entrar al psiquismo del bebe, de modo tal que el pequeño pueda ir ligándolas.

El primer tiempo, entonces, de la vida psíquica (y marcamos aquí la distancia con lo puramente biológico) es la instauración de la pulsión, que se da a partir de las acciones del otro que realiza para satisfacer la necesidad, instalando un plus no evacuable, que obliga al psiquismo incipiente a un procesamiento psíquico con miras a encontrar vías de descarga y de ligazón. “Si el objeto encontrado fuera  igual al inscripto, no habría crecimiento psíquico, no habría ninguna razón para que el aparato se pusiera en marcha” (Bleichmar, 2000). Es  la diferencia y el exceso el que obliga al aparato a ponerse en movimiento y en definitiva, lo que nos hace humanos.

Estos primeros contactos, con toda la información libidinal que trasmiten, van dejando huellas en el psiquismo. Huellas mnémicas que se van registrando, representaciones-cosa que irán marcando un ritmo psíquico, diferente al biológico, y que sólo más tarde, por sucesivas retranscripciones, se convertirán en representaciones-palabra (no todas. Ver ficha de Sigmund Freud y Silvia Bleichmar en el  apartado de Constitución subjetiva). La palabra es secundaria a las primeras inscripciones que se imprimen en el cuerpo del niño a partir de los cuidados que se le procuran para satisfacer la necesidad. En el momento en que algo no se reduce solo a la autoconservación es porque hay representaciones operando. De esta manera el sujeto no queda capturado en una sexualidad desorganizante que el otro le inscribe, sino que empieza a constituirse un entramado simbólico que lo descaptura de la inmediatez biológica y de la compulsión a la que la pulsión lo condena. (Bleichmar, 2006)

Estas primeras inscripciones no son en el comienzo ni reprimidas ni conscientes sino que caen en un espacio en el cual no hay represión. Son inscripciones que implican  un primer tiempo de la sexualidad  y que hay que diferenciar tanto del primer tiempo de la vida biológica como de la represión.  Cuando sean contrainvestidas se fijaran al inconsciente y operaran mediante transcripciones (Carta 52 de Freud).

Decíamos antes que la represión originaria es la que funda la tópica psíquica, y lo hace mediante un movimiento de contrainvestidura, fijando los representantes pulsionales del lado del inconsciente. Podemos pensar que antes de la represión originaria hay representaciones y cargas que fluyen libremente hasta que el momento de la represión originaria organiza los lugares. No los produce sino que, por fijación, los organiza. La oralidad, la analidad ya estaban, pero luego de la represión quedan fijadas en el inconsciente. Por eso vamos a pensar al Inconsciente como sede del autoerotismo reprimido. A su vez, la represión originaria da lugar al sistema preconsciente-consciente que se diferencia por su modo de operancia lógica. Si las nociones de tiempo y espacio, de la verdad y la mentira, la lógica del tercero excluido están presentes vemos que el proceso secundario está operando, opuesto a la lógica del proceso primario que funciona en el Inconsciente.  El yo va a quedar como lugar de investimentos de los ideales y sede del sujeto, en tanto identidad.

Lacan definió al sujeto como lo que representa un significante para otro significante, efecto del enunciado. Silvia Bleichmar plantea que ese paso fue necesario pero que hoy se debe  redefinirlo, conceptualizándolo no como efecto del lenguaje, sino por la apropiación ideológico-ideativa transmitida por el otro humano,  guiada a su vez por los modos que la cultura de pertenencia indica. De modo que el yo es una masa identitaria en sentido estricto, provista de enunciados que trasmiten valores y deseos de manera compleja, y tiene por función representar los modos  coagulados con los cuales la subjetividad se instaura. Bleichmar, de este modo, toma en cuenta el momento histórico-cultural en que habita el sujeto, teniendo incidencia el mismo en la producción de subjetividad.

Vemos que la concepción de sujeto psíquico con la que nos estamos manejando es, en oposición a Lacan, desde el comienzo, intersubjetiva. La tópica psíquica se constituye en el marco  intersubjetivo que el Edipo define en su estructura. Este ya no puede ser pensando como el odio hacia un progenitor, con su consecuente amor hacía el otro, sino que si lo despojamos totalmente de sus elementos histórico-sociales, lo que queda es la asimetría insoslayable entre el adulto y el niño, asimetría que se caracteriza por la disparidad de saber y poder, y por la discrepancia de posibilidades y estructuras entre uno y otro. El Edipo se reduce, entonces, a estos dos puntos: limitación a la apropiación del cuerpo del niño y la asimetría entre el niño y el adulto en lo que respecta al saber y la posibilidad de hacer, sobre todo de sexualidad. Hechos que cada familia, cada sujeto fantasmatizara de acuerdo a su  historia, lo que nos trae de vuelta a la constitución del psiquismo del infante.

De este modo se emplaza al sujeto en una línea de intersubjetividad que define las líneas por las cuales se abrirán,  a grandes trazos, los movimientos que habrán de permitirnos entender la constitución de su propio aparato psíquico, dentro de su marco particular de referencia. Pero con intersubjetivo no queremos decir que el niño es determinado por sus Otros de modo directo, sino que su constitución subjetiva será el resultado de un metabolismo extraño, que, como toda metabolización, implica descomposición y recomposición. Lo que hay es un proceso de descualificación y recualificación por parte del psiquismo que lo recibe.  A esto Bleichmar, tomándolo de Laplanche, lo llama “metábola”, que implica que “entre lo que el otro ofrece y lo que se recompone en el psiquismo hay un proceso de descualificación y de recualificación que toma los elementos ofrecidos por el otro articulándolos bajo un nuevo modo” Esto hace a la singularidad del inconsciente. Pensemos aquí en la diferencia que hay no sólo entre hermanos, que han nacido en diferentes momentos particulares de una familia, sino las diferencias entre gemelos o aún mismo el modo de procesamiento absolutamente singular frente a un hecho puntual que han vivido diferentes personas. Con esto me refiero a que no hay elementos o situaciones traumáticas, sino que dependerán de cómo el psiquismo lo metabolice, pudiéndolo ligar o no.

¿Cómo opera esta metabolización? ¿Por qué traza ciertos caminos y no otros? ¿Por qué se incorporan algunos elementos y no otros? ¿Cómo y por qué se significan estos mensajes enigmáticos que son trasmitidos a través del cuidado y del contacto con los padres? Es difícil de responder. En uno de sus seminarios anuales un participante le pregunta a Silvia Bleichmar justamente esto y ella responde:

La pregunta que Usted me hace es una pregunta dura porque es justamente la pregunta que yo estoy tratando de responder y reformular hace años. (…) Sé que están las líneas del deseo y sus recomposiciones abiertas, que esto se produce (…)por tensiones libidinales, por tensiones deseantes, y que debemos rastrearlo en la historia libidinal y reconstruirlo por apres-coup, pero sé también que nuestra teorización es insuficiente.” (el resaltado es nuestro).

Historia libidinal que antecede al sujeto, que lo con-forma pero no define. Líneas abiertas que seguirán su propio derrotero. La constitución subjetiva no se puede calcular, en el sentido matemático del término. Si lo genético no determina la subjetividad que de ese cuerpo vaya a emerger, lo mismo vale para las variables menos tangibles pero tan importantes para el sujeto en estructuración: el medio familiar, su historia, su modo de transmisión serán variables a tener en cuenta pero sin atribuirles valor de causa determinante.

Retornemos a la metapsicología. Si la represión funda la diferencia entre los sistemas psíquicos, sirve a los fines clínicos, encontrar una forma de determinar cuándo hay represión originaria como modo de balizar los tiempos en la constitución de la tópica psíquica. El primer modo de cercar la presencia de la represión originaria es por relación a la instalación de los otros sistemas psíquicos. El segundo recae sobre los elementos  sobre los cuales la represión opera. La  represión originaria recae sobre los representantes pulsionales y la represión secundaria  opera sobre el complejo de Edipo.

El inconsciente  es la sede del autoerotismo reprimido antes de que se produzca el sepultamiento del Edipo. Del autoerotismo al narcisismo, se pasa primero por amor al otro, entendiendo al narcisismo como segundo tiempo en la constitución de la sexualidad humana. Es por amor al otro que se renuncia, por ejemplo a jugar con las heces, y sólo posteriormente, luego de la instauración de la represión originaria, será por asco que no se haga. La represión originaria, al fijar la representación al inconsciente, evita que el sujeto viva constantemente atacado por sus propias mociones pulsionales siempre activas. Esto, explica Bleichmar, permite dejar libido libre y es condición de la sublimación. 

Si bien la metapsicología fue un poco dejada de lado, es importante tener presentes estas cuestiones que parecen abstractas pero que son útiles para pensar el diagnóstico y la dirección de la cura. No es lo mismo una enuresis o encopresis primaria (aquellas donde nunca se controló esfínteres) que la secundaria, o que siga mordiendo cuando el sadismo ya debería estar reprimido, porque dan cuenta de distintas formas en que la pulsión está operando. Si encuentra inhibiciones o transcripciones fue sepultada por la represión originaria y vamos a encontrarnos con una enuresis secundaria o algún síntoma retorno de lo reprimido en tanto formación del inconsciente. En el caso de que no se haya producido aún nos encontraremos con trastornos, que implican un conflicto intersubjetivo (a diferencia del síntoma que es intrasubjetivo), en el interior de las relaciones primordiales con sus semejantes. Respecto al tratamiento con niños, y en relación al trabajo con los padres, la diferencia marcada entre síntoma y trastorno ayuda a pensar la dirección de la cura. Si la causalidad psíquica son representaciones reprimidas que avanzan, entran en conflicto y forman síntomas, entonces hay que buscar esas representaciones  en el sujeto, aun cuando su orden de proveniencia haya sido del otro, ya que fueron metabolizadas, transformadas y convertidas en representaciones intrapsíquicas en el niño. En cambio cuando se refiera a un trastorno habrá que ver qué función está cumpliendo ese sufrimiento en la dinámica de sus otros significativos. Por ejemplo un motivo de consulta puede ser que un niño no coma, pero hay que evaluar qué carácter tiene ese “síntoma”. Si se tratará de un síntoma en sentido estricto podría ser que no ingiriera alimento porque a través del deseo insatisfecho logra alguna otra satisfacción. En el caso de que refiriera a un trastorno podría ser que el no comer venga a cumplir la función de separarse de su madre, oponiéndosele a su deseo para darle lugar al suyo cuando esto no se da naturalmente.

Vemos entonces que la metapsicología nos sirve para pensar cómo y por qué intervenimos, en qué momento de su constitución subjetiva se encuentra detenido y cómo lo podemos ayudar para que siga un desarrollo saludable y no se quede fijado a representaciones que le son ajenas y coagulantes.



Bibliografía



Bleichmar, Silvia. La construcción del sujeto ético. Paidós, Buenos Aires, 2011

Bleichmar, Silvia. En los orígenes del sujeto psíquico. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986.

Bleichmar, Silvia. La fundación de lo inconciente. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.

Bleichmar, Silvia. Clínica psicoanalítica y neogénesis. Amorrortu editores, Buenos Aires, 2000.


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