El incesto
como delito invisibilizado.[1]
Macarena Cao Gené
mmacarenacg@hotmail.com
“Dentro de
cada niño existe una historia que necesita contarse,
Una historia
que nadie más ha tenido tiempo de escuchar”
D. Winnicott
La invisibilidad es una de las
ideas más antiguas en la mitología. Aparece como un poder a alcanzar que
traería beneficios inconmensurables para quien lo logre.
«Giges, un pastor que servía al rey de
Lidia, estaba un día con su rebaño en las montañas cuando se desató una fuerte
tormenta. Repentinamente, de un seísmo se abrió un trozo de tierra y se hizo
una honda grieta. El pastor, maravillado, bajó por aquella hendidura y entre
otras cosas prodigiosas contempló un caballo de bronce, vacío, con unas
pequeñas puertas. Asomó la cabeza y se encontró con un cadáver de talla
superior a la humana. Estaba desnudo y sólo tenía en un dedo un anillo de oro.
Giges sacó el anillo y salió de allí. Pasados unos días, asistió, llevando el
anillo, al encuentro mensual de los pastores para preparar la notificación al
rey del estado de sus rebaños. Sentado entre los otros, hizo girar por azar el
anillo encarando su grabado con la palma de la mano. Acto seguido, sus
compañeros se pusieron a hablar de él como un ausente: se había hecho
invisible. El pastor, maravillado, se daba cuenta de que cuando el grabado del
anillo miraba hacia el interior de la mano, se hacía invisible, cuando miraba
hacia el exterior, volvía a ser visible. Comprobada la eficacia de su anillo,
maniobró para ser uno de los mensajeros enviados a palacio para informar al
rey. Una vez en palacio, utilizando el poder del anillo, accedió a las
habitaciones de la reina y la sedujo; con la ayuda de ella preparó una trampa
al rey, lo asesinó usurpándole la corona.» (Platón)
En la actualidad, miles de niños
que son sometidos al flagelo del abuso sexual pasan a ser invisibles, pero a
diferencia de los cuentos de hadas o en los mitológicos es a puro perjuicio.
Hacer visible lo que intenta
invisibilizarse será una de nuestras tareas como profesionales de la salud.
La última
estadística brindada por UNICEF, cada hora de cada día 228 niños son explotados
sexualmente en América Latina y el Caribe. Entre el 70% y el 80% de los
afectados de abuso sexual son niñas. En la mitad de los casos, los agresores
conviven con las víctimas y en tres cuartas partes son familiares directos.
Según la RAE, diagnosticar, es el
arte o acto de conocer la naturaleza de una enfermedad mediante la observación
de sus síntomas y signos.
Y como psicólogos ¿cómo realizamos
un diagnóstico? ¿Nos alcanzaría con recopilar desde una observación pasiva los
actos conductuales del sujeto? ¿Contaríamos con una semiología detallada del
niño que nos hablaría de su ser y padecer o más bien nos acercaría a una
tendencia clasificista tan de moda en los tiempos del DSM V, que niega la
singularidad atendiendo a categorías generales?
Precisar un diagnóstico y al mismo
tiempo poder olvidarlo es escuchar con teorización flotante (Aulagnier); que
los conceptos aprendidos en su profundidad no impidan lo singular taponando la
escucha, por el contrario deben disponerse a fin de potenciar los interrogantes
más que las respuestas.
En el “Manual de Psicopatología del
niño” de Marcelli y De Ajuriaguerra (un referente en la materia), encontramos
que “conducir las entrevistas de investigación con un niño y su familia es algo
sumamente difícil, que exige una larga experiencia y que no puede aprenderse en
los libros más que de forma parcial. La multiplicidad de situaciones, el gran
número de personas que intervienen cerca del niño, la inevitable y necesaria
aparición de lo imprevisto, explican las dificultades para codificar las
entrevistas iniciales. Anotar las conductas motivo de preocupación, analizar su
exacto significado (…), valorar su papel en la organización psicopatológica del
individuo y en el sistema de interacción del grupo familiar, precisar su nivel
en relación con el desarrollo genético y reconocer su sentido en la historia
del niño y de sus padres: éste es, el trabajo multidimensional que debe llevar
a cabo el entrevistador”
El diagnóstico al que se arribe,
como construcción teórico-clínica, tiene que ser un diagnóstico de la
diferencia, no un diagnóstico que rotule o clasifique. Esto no implica imprecisión,
vaguedad o vacilación.
La necesidad de definir como de
fundamentar (teórica y clínicamente) los criterios psicopatológicos específicos
de la infancia, niñez y adolescencia nos obliga a esclarecer que la
subjetividad con la que nos encontramos está en vías de estructuración;
considerando los aspectos históricos tanto en la constitución saludable como en
los avatares psicopatológicos.
Winnicott habló
de “semiología del medio” señalando que no alcanza con la detallista
del paciente sino que hay que tomarse el trabajo de determinar que puede
resultar patógeno a su alrededor. El no centrarse en los síntomas, inhibiciones
o trastornos que un niño pueda presentar sino más bien abordar exhaustivamente
el ambiente que rodea al pequeño nos posibilitará el diseño laborioso del
diagnóstico… de modo artesanal, imbricado, pero con salida. El sujeto es tanto
sujeto del mundo como de la estructura familiar.
“Existe abuso sexual, cuando un
adulto somete a un menor a un estímulo sexual inapropiado para la edad y nivel
de desarrollo psicológico e intelectual con el fin de lograr su propio placer
sexual. También se considera abuso sexual cuándo el agresor sin ser un adulto
es al menos cinco años mayor que la víctima y ésta es menor de 16 años de
edad.”[2] ¿Con qué herramientas y técnicas contamos
para llevar adelante un psicodiagnóstico con niños en situación de ASI? ¿Cómo
armar la evaluación evitando repetir en transferencia la problemática familiar?
Diagnosticar o evaluar a un niño o adolescente del que se presume ha
experienciado (o lo esté padeciendo en el presente) alguna situación de abuso
sexual y/o maltrato de otra índole, es una labor que requiere de parte del
profesional conocimientos y preparaciones específicas en todo lo referente al
desarrollo infantil, la psicopatología infanto-juvenil como así también en todo
lo vinculado con el desciframiento[3]
de situaciones de violencia.
Las técnicas en la investigación
individual detectan la particular evolución subjetiva. Mientras que las
técnicas vinculares familiares transfieren a la situación de evaluación “la
escena” del encuentro familiar. (Nudel).
La entrevista como instrumento inexcusable
en nuestra práctica, en niños pequeños o traumatizados puede ser reemplazada
por una Hora de Juego Diagnóstica.
Lo que no pueda ser relatado, tal
vez sea graficado, modelado o escenificado en el juego. Somos nosotros quienes
debemos adecuarnos y ajustarnos a sus
limitaciones y de ninguna manera armar diálogos que fuercen a romper el
silencio, sino obtendremos una mayor parálisis, inhibición y desconfianza;
detendremos el proceso de recuerdo y por ende de elaboración… así, nuestra
tarea será en vano.
Si
de quiebre de intimidad y exposición se trata, el niño abusado sexualmente está
colmado de ello. No debemos sobreexponerlo ni exhortarlo a que “cuente a modo
de interrogatorio”. Cada niño hablará a su tiempo; y la comunicación tiene
diversas vías: grafismo, palabras, juegos, gestos, etc.
La eficacia del trabajo clínico, al
enfrentarnos con la problemática compleja del ASI dependerá, de contar con
herramientas válidas y confiables que y sobre todas las cosas, colaboren con la
tarea de acompañar el relato del niño.
¿Qué instrumentos podemos emplear?
Dentro
de las técnicas de evaluación individual:
·
Hora de Juego diagnóstica
·
Protocolo NICHD (Protocolo
Indagatorio del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano).
·
Inventario de frases (R)
·
Test de Persona bajo la
Lluvia (PBLL)
·
Test del Dibujo de la Figura
Humana (DFH)
·
Test Guestáltico Visomotor
Bender y la versión Hutt (que es para mayores de 11 años de edad)
·
Test de Patte Noire
·
Juego de Interrelaciones
Familiares (Colombo)
·
Test de las Familias
(Corman) y Familia Kinética
·
H-T-P Acromático y
Cromático
·
Dibujo Libre
·
CAT-A y S
·
Test Dos Personas
·
Cuestionario Desiderativo
·
Test de Relaciones
Objetales de Phillipson (TRO)
·
Rorschach
Y
de las técnicas psicodiagnósticas vinculares:
·
Entrevista
·
Hora de Juego Conjunta
·
Dibujo Libre Conjunto
·
Test del Personaje (de Abelleira
y Delucca)
·
Familia Pasada, Presente y
Prospectiva
·
Plano de la Casa Actual y
Anterior o del grupo no conviviente
·
Genograma
En el decir de Fabiana Tomei[4]
hay distintos modos de llevar a cabo una evaluación diagnóstica: a) apegarse a
la técnica (que deja poco espacio para que otro sentido de lo sucedido se
produzca) o b) abrirse a la escucha de la versión de ese sujeto.
Visibilizar
una situación de abuso sexual y/o maltrato infringida a un niño, implica atacar
la base misma del delito horroroso (Eva Giberti), ya que el inicio y su
perpetuación es con secreto, mutismo y ocultamiento que conllevan a la
invisibilización de la situación y por ende el niño.
La
escasa producción escrita desde la teoría psicoanalítica sobre el grafismo y
las llamadas técnicas proyectivas, influye negativamente a la hora de
considerar a los test gráficos como técnicas psicodiagnósticas confiables y
viables para nuestra labor. El rechazo principal radica en que se le atribuye a
los test la cualidad de objetalizar al niño más que a un trabajo de implicación
subjetiva.
Dentro
de las ventajas que proporciona el uso de estas pruebas en el contexto clínico:
administración simple, tiempo de administración relativamente corto y sobre
todo que permiten una apreciación rápida del sujeto (pero no por ello
superficial), capacidad de penetrar en capas profundas de la personalidad y
utilidad en el trabajo con niños con dificultades mentales, inhibidos, tímidos,
avergonzados, etc.
¿Cómo
comprender los garabatos y gráficos de los niños presuntamente abusados
sexualmente?
En
primer lugar es prudente no estar a la espera de encontrar penes, vaginas,
anos, cuerpos fragmentados como únicos indicadores de que los niños conocen
empíricamente “qué es un pene, qué pasó en su vagina o ano”. Porque un niño no
es un adulto, aunque haya sido tratado como tal. No repitamos desde nuestro
lugar profesional, con nuestra propia angustia y ansiedad este flagelo.
Un
niño tampoco representa sus conocimientos o saberes en el papel como uno de
nosotros. Dependerá de la edad cronológica, la madurez cognoscitiva y de los
recursos simbólicos del niño para que puedan dar cuenta con una Gestalt
ajustada a ellos lo que son hábiles de hacernos leer.
Salvada
esta dificultad recordaremos el legado de nuestros maestros. Junto a esto
tendremos presente en primer lugar la historia de ese niño. Sabremos su nombre
completo y su apellido, como está compuesta su familia, quienes son sus amigos,
sus colores preferidos y los que considera desagradables, a quienes ama y a
quienes no, quienes se portan bien y quienes no tanto, que juegos lo divierten
y cuales lo aburren, cuáles son sus héroes y quienes son los villanos, sus
canciones predilectas… Todo ello nos abrirá la puerta para ingresar al mundo
interior de cada niño que sin saberlo espera que alguien sepa entender el
código de sus bengalas arrojadas al infinito.
Cada
niño dibuja, se dibuja y nos dibuja… Razón por la cual creo que no puede haber
ni agentes de la salud ni docentes que desconozcan cómo descifrar o al menos
leer un gráfico infantil.
Cuantos
más agentes que estén acompañando al niño en su crecimiento y desarrollo sepan
que es a través del grafismo que el niño nos contará sobre él, antes, mucho
antes podremos en casos de abuso frenar la desobjetivación y el daño causado
sobre él.
Es
cierto que el conocimiento únicamente no alcanza. Tampoco funciona impartir
información al estilo de slogans publicitarios o clichés de pseudas campañas
contra el maltrato infantil. Campañas preventivas con señalamientos al estilo:
si su hijo dibuja, dice, o sueña… tal o cual cosa… podría estar atravesando un
abuso sexual… es hora que llamemos las cosas por su nombre y dejemos atrás los
velos invisibilizantes.
No
ve el que no quiere hacerlo, no escucha el que no está dispuesto, no infiere el
que siente miedo o el que cree no estar preparado para ello.
Son
las instituciones quienes desde el saber, como saber hacer deben dar lugar a
las familias y a los profesionales para que lo perversamente silenciado tenga
un lugar donde hacerse oír.
En
todo niño que fue sometido a un abuso sexual se produce un daño psíquico que se
expresa a través de sus conductas, verbalizaciones y dibujos.
Desde
la abstinencia de otorgar significados, desde la censura a nuestras ansias de
hallar manifiestamente dibujado lo reprimido, no olvidando y menos
desconociendo que es un niño con sus historia el que pide lugar para jugar,
sumado lo que conocemos y sabemos es que será posible comprender los gráficos y
conductas de los niños.
Un
único dibujo, una sola escena lúdica no será suficiente, para el armado de un
diagnóstico presuntivo. Será una batería psicodiagnóstica la que nos
posibilitará el armado de esta hipótesis. “Sabemos que un niño es polimorfo en
sus medios de expresión y escrituración, que cada sistema semiótico tiene su
propia especificidad y procedimientos de lectura y que no hay una relación
jerárquica entre ellos.”[5]
Las
posibilidades de recurrencias y convergencias pueden ser infinitas. Queda en la
responsabilidad de cada profesional profundizar y encontrar en cada caso
singular, nuevos indicadores recurrentes y convergentes.
Un
niño dice con su dibujo. Se-dice. Es un decir particular y singular.
Inevitablemente, cuando lo dicho cobra forma figurativa, el analista debe
interrogarse sobre cuál es el mensaje allí a descifrar, qué representa para ese
niño lo que ha graficado, cuál es la fantasía y el deseo que se puso a jugar,
como también qué se intenta tramitar con él.
Leyendo
sobre esta cuestión encontré la curiosidad etimológica que en la palabra dibujo
(señalada por el Dr. Pédelhez) está incluida la partícula di que nos indica “de a dos”.
En
los gráficos de niños que padecieron algún tipo de maltrato aparecen defensas
primarias que los fijan a una posición de indefensión y vulnerabilidad
correspondiente a los primeros años de vida. También defensas maníacas que
niegan rotundamente el dolor o sufrimiento, como las que conducen a la
disociación o desafectivización.
La
omnipotencia, la negación, la idealización, la disociación y la identificación
proyectiva/introyectiva si bien son propias de la primera infancia, muchas son
empleadas de modo masivo, dado que en un momento anterior fueron la que posibilitaron
la supervivencia.
Boris
Cyrulnik, en su libro “El sentimiento incestuoso” escribe: “la palabra incesto
designa muy vagamente lo que hay de sexual entre individuos emparentados” y se
pregunta “¿Qué es sexual? ¿La penetración o una simple mirada?” y agrega “…una
niña que salta en los brazos de su padre en un gran impulso afectivo, de
pronto, hacia los doce o trece años, se representa ese acto con una connotación
sexual y se siente molesta cuando el padre continúa tomándola por la cintura,
pues para ella ese gesto acaba de cambiar de sentido. Por ende la palabra ‘incesto’
solo tiene valor en un mundo humano”.
María llamó disgustada
y eufórica, solicitando entrevista con urgencia porque a sus hijas “el padre las está abusando y yo no puedo
verlas”.
Se
realizó la consulta conforme al dispositivo institucional y protocolar de la
institución, siendo éste con entrevistas desdobladas: la madre (consultante)
con un terapeuta asignado para el caso y quien escribe con Ana, la niña púber[6].
De la entrevista con María se
extrae: que ha logrado que Ana acceda a vivir con ella, que tiene visitas con
su hijo mayor, sin embargo se halla impedida de tener contacto y noticias de su
hija menor, a quien llamaré Alelí. Manifiesta que desde hace meses sufre
intimidaciones reiteradas por parte del padre de sus hijos, el Sr. Luis.
Cito:
“Luis me amenaza que si hago ‘algo’ me va
a romper la cabeza. Tengo miedo por lo que pueda hacerle a mis hijas…”. Sostiene
sufrir extorsiones de índole amoral a cambio de verse con sus hijas.
Las
niñas son utilizadas como moneda de intercambio.
Al preguntarle por la
situación de abuso dice: “Yo no sé qué
les hizo a las nenas. Ana me contó cosas que no me gustan… que Alelí duerme con
él, que un día les sacó fotos mientras dormían y que las filmó mientras se
bañaban”. Refiere que “Alelí tenía la
vagina irritada y le dolía mucho ahí abajo” hecho que asocia con que el
padre tiene hongos en el pene.
Los maltratos y humillaciones cotidianas comenzaron
a cobrar mayor inquietud debido a la sospecha de abuso sexual contra sus dos
hijas, y las respuestas del Sr. Luis incrementan en intensidad su inquietud: “soy el padre y tengo derecho”.
Conforme a la aplicación del Protocolo se destaca
que: al momento de la consulta, la madre manifiesta que Ana no permitió ser
auscultada por especialistas médicos por lo tanto se desconocen posibles
lesiones genitales. Refiere síntomas y conductas sintomales como enuresis,
trastornos alimentarios (obesidad), trastornos del sueño con pesadillas donde “el padre va a venir a matar a todas”,
observa que la niña se halla retraída, con tristeza que hace que duerma “más de lo normal”, dolores abdominales,
cefaleas, incremento de la agresividad defensiva cuando lo ve al padre,
tornándose colérica incluso con la madre. Se refieren autoaislamiento, ideas
suicidas “me quiero morir” y fuga del
hogar paterno. Preguntada si hubo testigo de los hechos que relata sostiene,
que la madre del Sr. Luis se halla presente en la mayoría de las situaciones,
que así lo relata su hija mayor. Indagada sobre intervenciones y consultas a
médicos o especialistas anteriormente, refiere que fue recibida en el Hospital
en el sector de pediatría en una única entrevista. No hubo tratamientos psicológicos
anteriores. Tampoco intervención de instituciones escolares. Refiere haber
concurrido al Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes en tres oportunidades
obteniendo respuestas disímiles en torno a la protección de su hija.
Al momento de la consulta, ninguna institución ha
efectivizado una modalidad de acción que promueva el cuidado de esta niña.
Lo invisible empieza a estar a la vista, tratando
de ocultarlo.
Ana llega al consultorio “muy abrigada” para las
altas temperaturas de enero en Buenos Aires. Se la observa acalorada y
transpirada en su rostro y manos. Le ofrezco un vaso con agua, el cual acepta
pero no así a quitarse su campera de polar.
Es mi costumbre presentarme e inmediatamente
preguntarle al niño si sabe qué hacemos los psicólogos. Ana con mucho respeto y
voz tímida dice que sí y que a ella no la han ayudado… que su mamá igual quiere
que “yo la vea” porque así alguien va
a poder “ayudarlas”. Tal vez
apresurada, le confíe a Ana que no venía para que la vea, sino para escucharla,
observar sus dibujos (si quería hacerlos), a jugar y en el mejor de los casos a
construir junta la posibilidad de quitarse tanto dolor que tenía alojado en su
cuerpo… Inmediatamente, se levantó de su silla y pidió ir al baño. Pasaron
muchos meses, hasta que pude comprender lo que en ese primer encuentro había
sucedido. Subrayo la secuencia significante: “verla – baño – alguien que ayude”.
Refiere que tiene una relación conflictiva con
Luis, plagada de malos tratos y violencia física, moral y psíquica. No lo
nombra como padre en ningún momento, por el contrario, más adelante se atreverá
a llamarlo “el maldito”, “la bestia”, “esa basura”...
En palabras de Ana: “Luis no me cae bien. Es malo. Antes me trataba de sirvienta, me
hacía limpiar todo… me agarraba (se toma la ropa a la altura del cuello). A mí no me quiere”. “Cuando mi hermanita y
yo nos estábamos bañando él entraba al baño. Yo me tapaba con la cortina. Nos
filmaba... Filomena (la madre de Luis) decía que eso estaba bien porque es
nuestro papá, pero no está bien eso… También cuando dormía me sacaba fotos,
después me las mostraba… qué estúpido ¿para qué quiere fotos así?”
La problemática del ASI se torna aún más grave
cuando el lazo entre la víctima y el victimario es incestuoso. Consecuentemente
se provoca la ruptura de todo límite de intimidad y privacidad. La infamia
queda subrayada en esta trama, porque justamente la figura/función que debiera
ser sinónimo de protección, cuidado, cariño y seguridad es de quien
provienen los engaños, las amenazadas,
las ofensas y la degradación del sujeto.
Cuando el incesto está consumado, el sujeto queda
en una orfandad derivada de la ausencia de nominación en un mundo legislado
(Capacete, 2009). Ana ya no puede nombrarse como hija, porque ése, ha caído de
la función, en tanto ha violado una legalidad social y familiar.
El incesto altera el orden familiar al enmarañar y
confundir brutalmente los roles, produciendo una desorganización de los
afectos, sentimientos y creencias. No hay un padre que pueda brindarle la
continuidad del lazo generacional. El linaje queda fracturado.
El incesto no reprime ni niega el parentesco, sino
que aplasta, desintegra, penetra y aniquila. Frente al incesto nos encontramos
con un vacío de nombres.
Ana ha
sufrido un atentado infame contra el orden genealógico, quedando su
subjetividad afectada, desamparada e indefensa. Diremos entonces que la
catástrofe psíquica estará ligada directamente por una caída de la legalidad.
(Rodulfo, M.).
Se la observa aún silenciada, se frota
compulsivamente sus ojos y dice que algo le molesta y le duele en ellos.
Recordemos que las imagos de lo vivenciado traumáticamente suele alojarse en
espacios imaginarios como si la retina quedara fijada desde el dolor en esa
actualidad, ya pasada.
Otra conducta compulsiva se deja descifrar: Ana
acomoda su cabello insistentemente diciendo: “no me queda bien esto”. Pensaba
que esa molestia que alojaba en su cabeza/pelo (desplazamiento de vivencias,
experiencias, recuerdos) y que intentaba acomodar (ordenar sus ideas) no encontraba forma
posible (incesto) que se ajustara a algo que le fuera adecuado (hija/niña)… ese
era “su motivo de consulta”.
Dice: “no
puedo recordar nada de todo esto que tengo en mi cabeza”. Ana fue
“prisionera de un conflicto psíquico insoluble entre la necesidad contradicha
de atenerse a una memoria obligada que prohíbe el olvido dentro de una memoria
prohibida que obliga al olvido.”
(Enriquez).
“Con lo que vivimos hacemos lo mismo que con nuestro placard… Viste
cuando uno no sabe bien como ordenar algo o dónde ponerlo y abre el placard y
lo mete en algún lugar allá en el fondo… obviamente que con el tiempo nos
olvidamos que están ahí las cosas que guardamos… Pero ¿qué pasa si uno
almacena y almacena? En algún momento
buscando otra cosa lo más probable es que se nos venga encima todo eso que
metimos casi a presión con tal de no verlo más ahí…”
La sesión próxima comienza con un “abrí el closet”,
de Ana.
Y las imágenes brotaron, las sensaciones, los
impasses en el relato y con ellos los sueños de angustia, nuevamente el mojar
la cama, los enojos con Violeta y con Jazmín (sus muñecas de trapo), sus ansias
desenfrenadas por los budines que hurta y come a escondidas…
Cuenta con excesiva preocupación: “esa casa no me gusta, me da miedo. Luis me
da miedo. Yo le pedía a mi hermanita de agarrar los colchones para ir a dormir
al comedor. (…) Él se llevaba a Alelí a su cuarto, cerraba la puerta y no
salían hasta el otro día y a mí me dejaba llorando sola”. “Yo no puedo asegurar
nada porque no vi, pero algo le hacía”. “Alex (el hermano mayor) siempre está en la calle, tampoco lo quiere
a Luis, pero no se anima a decir nada sino lo castiga.” “Siempre nos dijo que mi mamá nos había
abandonado, pero en realidad ella se fue porque él le pegaba mucho, eso sí lo
vi”.
Unos meses más
adelante, Ana menciona: “Filomena me
tenía encerrada. Luis es malo, es gruñón, es un monstruo… hay que hacer lo que
él quiere sino te pega con el cinto (se toca el brazo cuando lo menciona) o no
te dan de comer”.
Ana es una niña púber angustiada, triste, asustada
y descreída de que alguien la pueda auxiliar. Argumenta esto diciendo que Luis:
“no entiende nunca nada, que hace siempre
lo que él quiere sin importarle lo que a mí me pasa, ni a Alelí, ni a nadie…
sólo le importa que vos hagas lo que él quiere”. “Yo no quiero que se me
acerque, ya sabe que no tiene que ir a buscarme a la escuela y sigue yendo,
está escondido atrás de algún árbol, hasta el preceptor lo vio… él me quiere
llevar de vuelta a su casa porque dice que ‘la María’ es una enferma mental,
una loca”.
Cursa segundo año. Presenta
serias dificultades en el contexto educativo. Los profesores refieren que está
desconcentrada, distraída y que se duerme en clase. El año pasado se la citó a
la mamá porque creían que estaba desnutrida. No hay actas, ni denuncias… Parece
invisible la situación pasada y poco perceptible la actual (por ahora).
No es un detalle menor aclarar que asiste al
mismo establecimiento su hermana Alelí. Hecho que la perturba y la conmueve: “No sé cómo acercarme porque la veo en el
patio y no puedo ir a hablarle porque me da miedo de lo que le pueda pasar si
le dice a Luis que yo le pregunté cómo estaba. Luis puede hacerle cualquier
cosa. Le hace cualquier cosa”.
Cuando habla de su hermana
llora y dice frases como: “ella miente,
como hacía yo cuando vivía con ‘el Luis’, que nos decía lo que teníamos que
contarle a la gente si nos preguntaba que habíamos hecho con él: ir al Parque
de la Costa, salidas… todas mentiras para que nadie sospechara que nos tenía
encerradas haciendo cosas horribles que no me acuerdo”.
Luis “siempre se sale con las suyas. Nadie puede decirle que lo que hace
está mal. Él convence a todas las mujeres”.
Ana narra verbalmente y gráficamente
sus miedos. Tanto en su relato como en la gráfica pueden evidenciarse índices
de terror-horror y tristeza.
La producción gráfica arroja: cuerpos sucios[7],
marcados, recortados, manos con dedos poco delimitados y en punta (evidencia
violencia e incapacidad de comunicación eficaz), cabezas remarcadas
(perturbaciones en las ideas, pensamientos confusos) con ojos afligidos y
rostros llorando, presión excesiva en el grafismo de la lluvia (PBLL)
referencias compatibles con prevalencia de angustia colosal desde un pasado que
arrasa con el futuro borroneando toda marca posible de porvenir. Defensas pobres
y débiles, dejándola sumida en el
conflicto que lo siente actual. Cuerpos borrados (que se dejan ver) y encimados
manifestando disociación. Marca ésta, decisiva de la apropiación del
perpetrador a su psiquismo. Necesidad de
fortalecimiento (no logrado) del área cognitiva. Indicadores de intimidación,
coerción estresante y agobiante. Sus excesivos borrados dan cuenta de la
incertidumbre y ansiedad con que vive lo actual interferido por lo que se
impone como recuerdo de vivencia disruptiva. Esto se acompaña de
autoinsatisfacción, descontrol y agresividad (Müller y López). La figura que
representa a Luis aparece con rasgos de enojo, violencia y amenaza o por
ausencia (negando su vinculación familiar), acompañada de acciones impropias y con ‘pensamientos malos’.
Lo relatado por ella es compatible con signos
hallados en la producción gráfica (dibujos y escritura) de indicadores de un
estado de vulnerabilidad crítico producto de experiencias vividas con
preponderancia negativa en el desarrollo
de su subjetividad: golpes, malos tratos, insultos, descalificativos,
menosprecio a su identidad de género, discriminación por sobrepeso,
desconfianza a su entorno más próximo, vulneración a su
Intimidad, humillación tanto física como psíquica, etc.
Ana comienza a venir a su sesión acompañada con sus
muñecas, a veces... “cuando pueden salir de la casa”. Armamos diálogos entre todas y cada una de
ellas cuenta “verdades cuando jugamos”.
Son confesiones. La niña juega con ellas a las que trata como ha sido tratada.
Habla de ellas, como si contara su propia biografía. Son retadas si no hacen lo
que “se debe”, castigadas con
encierros en el placard, no bañadas, ni peinadas ni vestidas si son “malas”.
Son desvestidas para ser burladas y fotografiadas. Las escenas lúdicas son verdaderamente jugadas de lo que se ha
vivido con pasividad y encierro en la
casa de la abuela paterna (golpes, amenazas, hambruna, castigos físico amorales
tanto por parte de Luis como de Filomena).
Esta púber ha quedado envuelta en un tiempo
cronológico que está deteniendo su
madurez cognitiva y su desarrollo psicosexual. Vivencias disruptivas que
quiebran el crecimiento saludable. Ana
presenta un cuadro psicopatológico con predominancia depresiva. Siguiendo a
Hornstein (2003) es posible hablar en este caso de una patología del
desvalimiento. Entendiendo que éstas “remiten
a un déficit en la historia libidinal e identificatoria, que impidió que se
proveyeran los recursos para constituir un psiquismo complejo, prolongando así
la vivencia de desamparo e indefensión, promoviendo sufrimientos, angustias y
defensas diferentes a las de las neurosis clásica”[8]. Entonces diremos que la producción de patología
psíquica es el efecto de un modo fallido de resolución de lo acontecido y
vivenciado de modo traumático.
Ana quiere continuar siendo niña, como punto de
fijación a un primer tiempo de infancia en donde no todo era tan disruptivo. No
quiere escuchar hablar de novios, ni de sexo, ni de cambios corporales. No va a
cumpleaños, ni a bailes, ni a reuniones cuando hay chicos. Dice que le da “vergüenza
y mucho asco bailar y vestirme con plataformas como mis compañeras de la
escuela”.
El
tiempo en la vida de un niño tiene otro valor, la constitución subjetiva no se
detiene (en el mejor de los casos) y no hay derecho alguno a la utilización
espuria de lapsos lánguidos justificando tiempos judiciales lentos.
Pasemos
en claro algunos tiempos cronológicos.
La Sra. María hace la denuncia por presunción de
ASI en diciembre, no hay ninguna medida cautelar hasta febrero del año
siguiente.
Desde noviembre que madre e hijos no se vinculaban
personalmente porque el Sr. Luis y la Sra. Filomena custodiaban y/o encerraban
si era necesario a los niños.
Ana, se fuga de la casa del Sr. Luis en marzo,
tratando de convencer a su hermanita (cuatro años menor que ella) de abandonar “ese infierno”. Solo Ana se va. Alelí y
Alex al día de hoy siguen conviviendo con Luis y Filomena.
A los pocos días, comenzaron (y se mantienen a la
fecha) amenazas por medio de mensajes de texto tales como “Te voy a matar por todo lo que hiciste, te dije que si me llegaba un
papel, te iba a matar… Yo sé muy bien tus horarios… Decile a esa pendeja que
vuela a la casa...” Medida cautelar[9]
con impedimento de contacto a no menos de 500 mts. (Luis sigue pasando por la
puerta de la casa de Ana, por su trabajo, pidió cambio de recorrido y todos los
días da “tres vueltas” deteniéndose en la casa de Ana).
Desde marzo a noviembre se ha instado bajo
apercibimiento de no presentarse a Juzgado correspondiente al Sr. Luis. Nunca
se presentó y la fuerza pública, tampoco lo ha ido a buscar jamás.
En mayo son las primeras entrevistas con Ana.
Se solicitó en Junio mediante oficio la presencia
de Alelí para evaluación psicológica en la Fiscalía bajo apercibimiento… No la
ha llevado tampoco.
Los primeros días de Julio está fechado el oficio
solicitándome un informe detallado de “mi labor realizada con la menor”. El
oficial de la policía acerca la misma los primeros días de agosto. Entrego un
informe detallado y ajustado a fin de no debelar más la intimidad de esta niña
que por más de una razón es ultrajada, con el propósito de establecer una
cooperación interdisciplinaria que permita dotar al Juez de los elementos necesarios para resolver con la
mayor justicia posible el proceso, para solucionar o prevenir el agravamiento o
la extensión del conflicto. (López Faura, 2009).
Al comunicarle a Ana del pedido de informe y
manifestándole que ella podía contarle al Juez de puño y letra lo que le estaba
sucediendo; redactó una carta en sesión. En ella enunciaba su orfandad haciendo
un llamado genuino a otro para encontrar calma. Dice “estoy harta de que no se me tenga en cuenta. Y los derechos de los
niños se los metieron dónde, ¿en el placard?”
Hay un cambio de Juzgado y de carátula: aparecen
otros implicados… Ya no estamos frente a un caso de abuso sexual agravado por
el vínculo, únicamente. La presunción de comercio de pornografía infantil tiene
sus evidencias explicó el abogado. Pidió cautela para que la investigación no
se frene…
En septiembre, Ana es citada a una nueva entrevista
en la Secretaría de Derechos del Niño de zona oeste. Ana dirá: “la Sra. Alejandra, ya me había entrevistado
y volvió a hacerlo. Estaba también Clarisa, que es psicóloga como Ud.
Insistieron en decirme que algunas madres dicen a sus hijos lo que tienen que
decir”. Recuerda que le han dicho “esa
es tu versión de las cosas, acá Luis contó otra”.
Es una niña víctima de la manipulación
psicopatológica del canalla que no solo utilizó su imagen para goce personal
sino que se lo presume involucrado distribuyendo las fotos para comercio
ilícito. Obviamente no es un padre...
Las intervenciones iatrogénicas vulneran la
Convención sobre los Derechos del Niño (1989)… no guía generalmente las
actuaciones jurídicas en estos casos, dado que se centran más en la validación
del hecho, que en la protección del niño, tal como lo plantea Rozanski (2003) en
relación a las actuaciones jurídicas en el Fuero Penal.
Ese mismo día de primavera el Cuerpo Médico Forense
iba a auscultarla. Solicité ante el organismo poder acompañar a Ana. Fue
denegado el pedido. Ana fue sola con su madre. Pero no pudieron impedir que
ingresara al recinto médico aferrada a su celular. Tenía la consigna de
llamarme si así lo necesitaba. Ese día por la tarde tuvo su primer menarca. La
niña entró en pánico, un llamado alertó sobre su fantasía: la habían dañado
otra vez… Ahora la representación de herida adormecida pero sangrante cobraba
sensación y cuerpo. Traté de calmarla. ¿Pero de qué? Ella no quería ni ser
grande, ni que algo “de ahí abajo” representara el agujero de su vagina…Todos
eran recuerdos actuales de aquellos años de dolor silente.
En octubre se comunican del Juzgado de Familia
solicitando otro informe… El anterior no lo tenían “a mano”.
Y
mientras tanto la vida de Ana transcurre… Como anteriormente mencioné el
tiempo en la vida de un niño tiene otra duración… La magia del tiempo no
responde al reloj: a veces una hora dura una eternidad… otras se “nos pasa
volando”…
Y
Ana: “Ud. sabe cuándo yo voy a estar tranquila… no quiero que “el Luis” nos
esté amenazando. Yo no puedo ir a la casa de nadie, ni a la escuela sola porque
tengo miedo… Él y la Filomena me quieren raptar… María me cambió el celular así
yo no veo las cosas que me manda ese maldito, pero al menos convenza a María
para que me deje ir al cine con mis amigas… ¡estoy presa! Si el Juez no hace
algo quiero que se muera.”
“Si
verdaderamente queremos construir entornos protectores para niños y
adolescentes, es necesario mejorar la coordinación entre las escuelas, los
servicios de salud, el sistema judicial, la policía (…). No hay una sola acción
que pueda erradicar el abuso, se requieren
múltiples acciones coordinadas en el tiempo con un férreo liderazgo de
gobiernos”. (UNICEF).
Continuaremos con un trabajo clínico que siga la
línea de elaboración de lo traumático intentando historizar lo vivido para
armar alguna versión posible de sí misma y de lo familiar.
Es en el espacio analítico el soporte posible donde
rearmar la historia, encontrar sentidos no inscriptos o perdidos, lo que
permitirá soportar el sufrimiento propio de la vida, siendo trabajo del yo
investir la vida. (Aulagnier).
A esta altura estamos en condiciones de decir que
una de las mayores dificultades clínicas a la hora de establecer un diagnóstico
de abuso sexual radica en que una clasificación de indicadores no es suficiente
para elaborar una hipótesis. En primer lugar porque la mayoría de estas
señales, signos y síntoma, tanto físico como como psicológicos, no son
exclusivos del ASI. Que les mencione retraimiento, conductas hipersexualizadas,
trastornos del sueño, de la alimentación, conductas regresivas, enuresis,
encopresis, fenómenos disociativos, conductas delicuenciales, quejas somáticas
(cefaleas, dolores abdominales, alergias dérmicas), etc., constituyen solo un
grupo de indicadores de sospecha según período evolutivo del niño.
En segundo lugar porque es necesario conocer la
relación que el niño tiene con su madre, su historia vital, grupo familiar y su
propio cuerpo a fin de establecer con anterioridad el predominio
psicopatológico.
Con todo, son los mismos niños, que por medio de su
cuerpo y de algunos dichos, nos informan de lo ocurrido. Sostengo, que es la
capacidad de establecer transferencia el único operador teórico que permite a
los niños abusados cesar en las actuaciones sintomáticas desarticulando el
contrapunto organizado con la madre para pasar a comunicar sus extraños
secretos. En términos coloquiales: se trata de que alguien esté dispuesto a
escuchar.
El trabajo interdisciplinario constituye la base
operativa para la contención y abordaje de los desórdenes producidos en
familias incestuosas.
El laberinto al que el niño es arrojado, donde la confusión
de entradas y salidas, de bloqueos e inhibiciones, de desesperación y
esperanzas no sostenidas… Laberinto similar al que como profesionales de la
salud nos enfrentamos cuando nos introducimos en el mundo de la detección y
diagnóstico de la diferencia.
Califico este caso paradigmático de una
intervención jurídica inadecuada: la Justicia no impidió la continuidad del
incesto. Esta hija solo dejó de ser incestuada cuando se fuga del hogar. Además
es revictimizada durante todo el proceso judicial (que al día de la fecha
continúa). El Sr. Luis muestra una impunidad avalada por cierto sector que como
consecuencias reedita la vivencia de desamparo en Ana. Esta arbitrariedad
despótica conduce a que el abusador no se responsabilice de sus actos y en
consecuencia continúe repitiéndose en lo que va de la primer denuncia.
Es inexcusable enlazar las intervenciones clínicas
con las jurídicas con el fin de reparar
el desabrigo en que Ana está inmersa por haber quedado fuera de un mundo
legislado. (Capacete) Sostengo con énfasis que en este caso dicha articulación
generará efectos subjetivantes, no así la inconexión.
Hoy Ana juega a las cartas… Al LOLA–MENTO… ojalá pronto dejemos de hacerlo…
Que la Justicia pueda escuchar, brindándole las
condiciones de protección y derecho que todo niño merece hará que su infancia
no sea invisible.
Bibliografía
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castigo. En el discurso jurídico y psicoanalítico. Buenos Aires: Letra
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Untoiglich, G. y Szber, G. (2009). Patologías
actuales en la infancia. Buenos Aires: Noveduc.
-
Winnicott, D. (1979). Realidad y juego. Barcelona: Ed. Gedisa
[1] Una versión similar fue presentada de modo oral en unas Jornadas sobre
abuso sexual, luego publicada en “Abuso sexual infantil. Encrucijadas
terapéuticas, problemáticas jurídicas”.
[2] Boscato, A., Ortalli, I y Sobrero, D. (2010). Dibujos que hablan.
Indicadores de abuso sexual infantil en gráficos. Quilmes: Tiempo Sur.
[3] Héctor
Franch en un artículo publicado en el diario Página 12, en el año 2206 cuenta
que el término 'descifrar' tiene una historia interesante. Antes que ser una
palabra para designar cualquier número, 'cifra' significó 'cero', número clave
para el cálculo que sirvió para indicar el lugar vacío antes que la idea de
nada. La introducción del cero resultó tan revolucionaria en la aritmética de
todos los días que se quiso tenerlo en secreto, de su asociación con algo
secreto se considera que algo cifrado es algo secreto y que debe, por lo tanto,
descifrarse.
[4] Tomei, F. (2014).
Ejercicio psicoanalítico de la práctica pericial. En Diaz, A. Abuso sexual infantil. Encrucijadas
terapéuticas, problemáticas jurídicas. Buenos Aires: Fundación San Javier.
[5] Rodulfo, M. (2006). El niño del dibujo. Buenos Aires: Paidós.
[6] García Arzeno, M.E. (1983). El
síndrome de la niña púber. Buenos Aires: Paidós.
[7] Alkolombre (2013) dirá que es a partir de la situación de abuso que todo
lo referido con lo genital se transforma en algo sucio.
[8] Wetteengel, L.;
Untoiglich, G. y Szber, G. (2009). Patologías
actuales en la infancia. Buenos Aires: Noveduc.
[9]
Este concepto comprende una serie de sentencias tendientes a evitar la
modificación de la situación de hecho existente al tiempo de deducirse la
pretensión, o la desaparición de los bienes del deudor que aseguran el
cumplimiento de la sentencia de condena que pueda recaer en ése o en otro
proceso. Encuentran su fundamento en la necesidad de mantener la igualdad de
las partes en el juicio y evitar que se convierta en ilusoria la sentencia que
ponga fin al mismo, asegurando en forma preventiva el resultado práctico o la
eficacia de la sentencia principal recaída en un proceso de conocimiento o de
ejecución.
Más
que a hacer justicia, está destinada a asegurar que la justicia alcance el
cumplimiento eficaz de su cometido. Son sus caracteres a) provisoriedad o
interinidad, pues estan supeditadas al transcurso del tiempo que transcurre
desde que es dictada hasta la ejecución de la sentencia recaída en un proceso
de conocimiento o de ejecución y b) mutabilidad o variabilidad en el sentido
que pueden ser revocadas o modificadas siempre que sobrevengan circunstancias
que así lo aconsejen. Los presupuestos para que sean viables es que el derecho
sea verosímil y que exista un peligro real en la demora. (Extraído de
www.tododerecho.com).
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