miércoles, 9 de agosto de 2017

María, la niña invisible.



El incesto como delito invisibilizado.[1]


Macarena Cao Gené
mmacarenacg@hotmail.com

“Dentro de cada niño existe una historia que necesita contarse,
Una historia que nadie más ha tenido tiempo de escuchar”
D. Winnicott


La invisibilidad es una de las ideas más antiguas en la mitología. Aparece como un poder a alcanzar que traería beneficios inconmensurables para quien lo logre.
«Giges, un pastor que servía al rey de Lidia, estaba un día con su rebaño en las montañas cuando se desató una fuerte tormenta. Repentinamente, de un seísmo se abrió un trozo de tierra y se hizo una honda grieta. El pastor, maravillado, bajó por aquella hendidura y entre otras cosas prodigiosas contempló un caballo de bronce, vacío, con unas pequeñas puertas. Asomó la cabeza y se encontró con un cadáver de talla superior a la humana. Estaba desnudo y sólo tenía en un dedo un anillo de oro. Giges sacó el anillo y salió de allí. Pasados unos días, asistió, llevando el anillo, al encuentro mensual de los pastores para preparar la notificación al rey del estado de sus rebaños. Sentado entre los otros, hizo girar por azar el anillo encarando su grabado con la palma de la mano. Acto seguido, sus compañeros se pusieron a hablar de él como un ausente: se había hecho invisible. El pastor, maravillado, se daba cuenta de que cuando el grabado del anillo miraba hacia el interior de la mano, se hacía invisible, cuando miraba hacia el exterior, volvía a ser visible. Comprobada la eficacia de su anillo, maniobró para ser uno de los mensajeros enviados a palacio para informar al rey. Una vez en palacio, utilizando el poder del anillo, accedió a las habitaciones de la reina y la sedujo; con la ayuda de ella preparó una trampa al rey, lo asesinó usurpándole la corona.» (Platón)


En la actualidad, miles de niños que son sometidos al flagelo del abuso sexual pasan a ser invisibles, pero a diferencia de los cuentos de hadas o en los mitológicos es a puro perjuicio.
Hacer visible lo que intenta invisibilizarse será una de nuestras tareas como profesionales de la salud.
La última estadística brindada por UNICEF, cada hora de cada día 228 niños son explotados sexualmente en América Latina y el Caribe. Entre el 70% y el 80% de los afectados de abuso sexual son niñas. En la mitad de los casos, los agresores conviven con las víctimas y en tres cuartas partes son familiares directos.
            Según la RAE, diagnosticar, es el arte o acto de conocer la naturaleza de una enfermedad mediante la observación de sus síntomas y signos.
            Y como psicólogos ¿cómo realizamos un diagnóstico? ¿Nos alcanzaría con recopilar desde una observación pasiva los actos conductuales del sujeto? ¿Contaríamos con una semiología detallada del niño que nos hablaría de su ser y padecer o más bien nos acercaría a una tendencia clasificista tan de moda en los tiempos del DSM V, que niega la singularidad atendiendo a categorías generales?
            Precisar un diagnóstico y al mismo tiempo poder olvidarlo es escuchar con teorización flotante (Aulagnier); que los conceptos aprendidos en su profundidad no impidan lo singular taponando la escucha, por el contrario deben disponerse a fin de potenciar los interrogantes más que las respuestas.
            En el “Manual de Psicopatología del niño” de Marcelli y De Ajuriaguerra (un referente en la materia), encontramos que “conducir las entrevistas de investigación con un niño y su familia es algo sumamente difícil, que exige una larga experiencia y que no puede aprenderse en los libros más que de forma parcial. La multiplicidad de situaciones, el gran número de personas que intervienen cerca del niño, la inevitable y necesaria aparición de lo imprevisto, explican las dificultades para codificar las entrevistas iniciales. Anotar las conductas motivo de preocupación, analizar su exacto significado (…), valorar su papel en la organización psicopatológica del individuo y en el sistema de interacción del grupo familiar, precisar su nivel en relación con el desarrollo genético y reconocer su sentido en la historia del niño y de sus padres: éste es, el trabajo multidimensional que debe llevar a cabo el entrevistador”
            El diagnóstico al que se arribe, como construcción teórico-clínica, tiene que ser un diagnóstico de la diferencia, no un diagnóstico que rotule o clasifique. Esto no implica imprecisión, vaguedad o vacilación.
            La necesidad de definir como de fundamentar (teórica y clínicamente) los criterios psicopatológicos específicos de la infancia, niñez y adolescencia nos obliga a esclarecer que la subjetividad con la que nos encontramos está en vías de estructuración; considerando los aspectos históricos tanto en la constitución saludable como en los avatares psicopatológicos.
            Winnicott habló de “semiología del medio” señalando que no alcanza con la   detallista del paciente sino que hay que tomarse el trabajo de determinar que puede resultar patógeno a su alrededor. El no centrarse en los síntomas, inhibiciones o trastornos que un niño pueda presentar sino más bien abordar exhaustivamente el ambiente que rodea al pequeño nos posibilitará el diseño laborioso del diagnóstico… de modo artesanal, imbricado, pero con salida. El sujeto es tanto sujeto del mundo como de la estructura familiar.
            “Existe abuso sexual, cuando un adulto somete a un menor a un estímulo sexual inapropiado para la edad y nivel de desarrollo psicológico e intelectual con el fin de lograr su propio placer sexual. También se considera abuso sexual cuándo el agresor sin ser un adulto es al menos cinco años mayor que la víctima y ésta es menor de 16 años de edad.”[2]        ¿Con qué herramientas y técnicas contamos para llevar adelante un psicodiagnóstico con niños en situación de ASI? ¿Cómo armar la evaluación evitando repetir en transferencia la problemática familiar?
            Diagnosticar o evaluar  a un niño o adolescente del que se presume ha experienciado (o lo esté padeciendo en el presente) alguna situación de abuso sexual y/o maltrato de otra índole, es una labor que requiere de parte del profesional conocimientos y preparaciones específicas en todo lo referente al desarrollo infantil, la psicopatología infanto-juvenil como así también en todo lo vinculado con el desciframiento[3] de situaciones de violencia.
            Las técnicas en la investigación individual detectan la particular evolución subjetiva. Mientras que las técnicas vinculares familiares transfieren a la situación de evaluación “la escena” del encuentro familiar. (Nudel).
            La entrevista como instrumento inexcusable en nuestra práctica, en niños pequeños o traumatizados puede ser reemplazada por una Hora de Juego Diagnóstica.
            Lo que no pueda ser relatado, tal vez sea graficado, modelado o escenificado en el juego. Somos nosotros quienes debemos adecuarnos y ajustarnos  a sus limitaciones y de ninguna manera armar diálogos que fuercen a romper el silencio, sino obtendremos una mayor parálisis, inhibición y desconfianza; detendremos el proceso de recuerdo y por ende de elaboración… así, nuestra tarea será en vano.
            Si de quiebre de intimidad y exposición se trata, el niño abusado sexualmente está colmado de ello. No debemos sobreexponerlo ni exhortarlo a que “cuente a modo de interrogatorio”. Cada niño hablará a su tiempo; y la comunicación tiene diversas vías: grafismo, palabras, juegos, gestos, etc.
            La eficacia del trabajo clínico, al enfrentarnos con la problemática compleja del ASI dependerá, de contar con herramientas válidas y confiables que y sobre todas las cosas, colaboren con la tarea de acompañar el relato del niño.
            ¿Qué instrumentos podemos emplear?

Dentro de las técnicas de evaluación individual:
·         Hora de Juego diagnóstica
·         Protocolo NICHD (Protocolo Indagatorio del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano).
·         Inventario de frases (R)
·         Test de Persona bajo la Lluvia (PBLL)
·         Test del Dibujo de la Figura Humana (DFH)
·         Test Guestáltico Visomotor Bender y la versión Hutt (que es para mayores de 11 años de edad)
·         Test de Patte Noire
·         Juego de Interrelaciones Familiares (Colombo)
·         Test de las Familias (Corman) y Familia Kinética
·         H-T-P Acromático y Cromático
·         Dibujo Libre
·         CAT-A y S
·         Test Dos Personas
·         Cuestionario Desiderativo
·         Test de Relaciones Objetales de Phillipson (TRO)
·         Rorschach

Y de las técnicas psicodiagnósticas vinculares:
·      Entrevista
·      Hora de Juego Conjunta
·      Dibujo Libre Conjunto
·      Test del Personaje (de Abelleira y Delucca)
·      Familia Pasada, Presente y Prospectiva
·      Plano de la Casa Actual y Anterior o del grupo no conviviente
·      Genograma

 En el decir de Fabiana Tomei[4] hay distintos modos de llevar a cabo una evaluación diagnóstica: a) apegarse a la técnica (que deja poco espacio para que otro sentido de lo sucedido se produzca) o b) abrirse a la escucha de la versión de ese sujeto.
Visibilizar una situación de abuso sexual y/o maltrato infringida a un niño, implica atacar la base misma del delito horroroso (Eva Giberti), ya que el inicio y su perpetuación es con secreto, mutismo y ocultamiento que conllevan a la invisibilización de la situación y por ende el niño.

La escasa producción escrita desde la teoría psicoanalítica sobre el grafismo y las llamadas técnicas proyectivas, influye negativamente a la hora de considerar a los test gráficos como técnicas psicodiagnósticas confiables y viables para nuestra labor. El rechazo principal radica en que se le atribuye a los test la cualidad de objetalizar al niño más que a un trabajo de implicación subjetiva.
Dentro de las ventajas que proporciona el uso de estas pruebas en el contexto clínico: administración simple, tiempo de administración relativamente corto y sobre todo que permiten una apreciación rápida del sujeto (pero no por ello superficial), capacidad de penetrar en capas profundas de la personalidad y utilidad en el trabajo con niños con dificultades mentales, inhibidos, tímidos, avergonzados, etc.
¿Cómo comprender los garabatos y gráficos de los niños presuntamente abusados sexualmente?
En primer lugar es prudente no estar a la espera de encontrar penes, vaginas, anos, cuerpos fragmentados como únicos indicadores de que los niños conocen empíricamente “qué es un pene, qué pasó en su vagina o ano”. Porque un niño no es un adulto, aunque haya sido tratado como tal. No repitamos desde nuestro lugar profesional, con nuestra propia angustia y ansiedad este flagelo.
Un niño tampoco representa sus conocimientos o saberes en el papel como uno de nosotros. Dependerá de la edad cronológica, la madurez cognoscitiva y de los recursos simbólicos del niño para que puedan dar cuenta con una Gestalt ajustada a ellos lo que son hábiles de hacernos leer.
Salvada esta dificultad recordaremos el legado de nuestros maestros. Junto a esto tendremos presente en primer lugar la historia de ese niño. Sabremos su nombre completo y su apellido, como está compuesta su familia, quienes son sus amigos, sus colores preferidos y los que considera desagradables, a quienes ama y a quienes no, quienes se portan bien y quienes no tanto, que juegos lo divierten y cuales lo aburren, cuáles son sus héroes y quienes son los villanos, sus canciones predilectas… Todo ello nos abrirá la puerta para ingresar al mundo interior de cada niño que sin saberlo espera que alguien sepa entender el código de sus bengalas arrojadas al infinito.
Cada niño dibuja, se dibuja y nos dibuja… Razón por la cual creo que no puede haber ni agentes de la salud ni docentes que desconozcan cómo descifrar o al menos leer un gráfico infantil.
Cuantos más agentes que estén acompañando al niño en su crecimiento y desarrollo sepan que es a través del grafismo que el niño nos contará sobre él, antes, mucho antes podremos en casos de abuso frenar la desobjetivación y el daño causado sobre él.
Es cierto que el conocimiento únicamente no alcanza. Tampoco funciona impartir información al estilo de slogans publicitarios o clichés de pseudas campañas contra el maltrato infantil. Campañas preventivas con señalamientos al estilo: si su hijo dibuja, dice, o sueña… tal o cual cosa… podría estar atravesando un abuso sexual… es hora que llamemos las cosas por su nombre y dejemos atrás los velos invisibilizantes.
No ve el que no quiere hacerlo, no escucha el que no está dispuesto, no infiere el que siente miedo o el que cree no estar preparado para ello.
Son las instituciones quienes desde el saber, como saber hacer deben dar lugar a las familias y a los profesionales para que lo perversamente silenciado tenga un lugar donde hacerse oír.
En todo niño que fue sometido a un abuso sexual se produce un daño psíquico que se expresa a través de sus conductas, verbalizaciones y dibujos.
Desde la abstinencia de otorgar significados, desde la censura a nuestras ansias de hallar manifiestamente dibujado lo reprimido, no olvidando y menos desconociendo que es un niño con sus historia el que pide lugar para jugar, sumado lo que conocemos y sabemos es que será posible comprender los gráficos y conductas de los niños.
Un único dibujo, una sola escena lúdica no será suficiente, para el armado de un diagnóstico presuntivo. Será una batería psicodiagnóstica la que nos posibilitará el armado de esta hipótesis. “Sabemos que un niño es polimorfo en sus medios de expresión y escrituración, que cada sistema semiótico tiene su propia especificidad y procedimientos de lectura y que no hay una relación jerárquica entre ellos.”[5]
Las posibilidades de recurrencias y convergencias pueden ser infinitas. Queda en la responsabilidad de cada profesional profundizar y encontrar en cada caso singular, nuevos indicadores recurrentes y convergentes.
Un niño dice con su dibujo. Se-dice. Es un decir particular y singular. Inevitablemente, cuando lo dicho cobra forma figurativa, el analista debe interrogarse sobre cuál es el mensaje allí a descifrar, qué representa para ese niño lo que ha graficado, cuál es la fantasía y el deseo que se puso a jugar, como también qué se intenta tramitar con él.
Leyendo sobre esta cuestión encontré la curiosidad etimológica que en la palabra dibujo (señalada por el Dr. Pédelhez) está incluida la partícula di que nos indica “de a dos”.
En los gráficos de niños que padecieron algún tipo de maltrato aparecen defensas primarias que los fijan a una posición de indefensión y vulnerabilidad correspondiente a los primeros años de vida. También defensas maníacas que niegan rotundamente el dolor o sufrimiento, como las que conducen a la disociación o desafectivización.
La omnipotencia, la negación, la idealización, la disociación y la identificación proyectiva/introyectiva si bien son propias de la primera infancia, muchas son empleadas de modo masivo, dado que en un momento anterior fueron la que posibilitaron la supervivencia.
Boris Cyrulnik, en su libro “El sentimiento incestuoso” escribe: “la palabra incesto designa muy vagamente lo que hay de sexual entre individuos emparentados” y se pregunta “¿Qué es sexual? ¿La penetración o una simple mirada?” y agrega “…una niña que salta en los brazos de su padre en un gran impulso afectivo, de pronto, hacia los doce o trece años, se representa ese acto con una connotación sexual y se siente molesta cuando el padre continúa tomándola por la cintura, pues para ella ese gesto acaba de cambiar de sentido. Por ende la palabra ‘incesto’ solo tiene valor en un mundo humano”.


María llamó disgustada y eufórica, solicitando entrevista con urgencia porque a sus hijas “el padre las está abusando y yo no puedo verlas”.
            Se realizó la consulta conforme al dispositivo institucional y protocolar de la institución, siendo éste con entrevistas desdobladas: la madre (consultante) con un terapeuta asignado para el caso y quien escribe con Ana, la niña púber[6].
            De la entrevista con María se extrae: que ha logrado que Ana acceda a vivir con ella, que tiene visitas con su hijo mayor, sin embargo se halla impedida de tener contacto y noticias de su hija menor, a quien llamaré Alelí. Manifiesta que desde hace meses sufre intimidaciones reiteradas por parte del padre de sus hijos, el Sr. Luis.
Cito: “Luis me amenaza que si hago ‘algo’ me va a romper la cabeza. Tengo miedo por lo que pueda hacerle a mis hijas…”. Sostiene sufrir extorsiones de índole amoral a cambio de verse con sus hijas.
Las niñas son utilizadas como moneda de intercambio.
            Al preguntarle por la situación de abuso dice: “Yo no sé qué les hizo a las nenas. Ana me contó cosas que no me gustan… que Alelí duerme con él, que un día les sacó fotos mientras dormían y que las filmó mientras se bañaban”. Refiere que “Alelí tenía la vagina irritada y le dolía mucho ahí abajo” hecho que asocia con que el padre tiene hongos en el pene.
Los maltratos y humillaciones cotidianas comenzaron a cobrar mayor inquietud debido a la sospecha de abuso sexual contra sus dos hijas, y las respuestas del Sr. Luis incrementan en intensidad su inquietud: “soy el padre y tengo derecho”.
Conforme a la aplicación del Protocolo se destaca que: al momento de la consulta, la madre manifiesta que Ana no permitió ser auscultada por especialistas médicos por lo tanto se desconocen posibles lesiones genitales. Refiere síntomas y conductas sintomales como enuresis, trastornos alimentarios (obesidad), trastornos del sueño con pesadillas donde “el padre va a venir a matar a todas”, observa que la niña se halla retraída, con tristeza que hace que duerma “más de lo normal”, dolores abdominales, cefaleas, incremento de la agresividad defensiva cuando lo ve al padre, tornándose colérica incluso con la madre. Se refieren autoaislamiento, ideas suicidas “me quiero morir” y fuga del hogar paterno. Preguntada si hubo testigo de los hechos que relata sostiene, que la madre del Sr. Luis se halla presente en la mayoría de las situaciones, que así lo relata su hija mayor. Indagada sobre intervenciones y consultas a médicos o especialistas anteriormente, refiere que fue recibida en el Hospital en el sector de pediatría en una única entrevista. No hubo tratamientos psicológicos anteriores. Tampoco intervención de instituciones escolares. Refiere haber concurrido al Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes en tres oportunidades obteniendo respuestas disímiles en torno a la protección de su hija.
Al momento de la consulta, ninguna institución ha efectivizado una modalidad de acción que promueva el cuidado de esta niña.
Lo invisible empieza a estar a la vista, tratando de ocultarlo.
Ana llega al consultorio “muy abrigada” para las altas temperaturas de enero en Buenos Aires. Se la observa acalorada y transpirada en su rostro y manos. Le ofrezco un vaso con agua, el cual acepta pero no así a quitarse su campera de polar.
Es mi costumbre presentarme e inmediatamente preguntarle al niño si sabe qué hacemos los psicólogos. Ana con mucho respeto y voz tímida dice que sí y que a ella no la han ayudado… que su mamá igual quiere que “yo la vea” porque así alguien va a poder “ayudarlas”. Tal vez apresurada, le confíe a Ana que no venía para que la vea, sino para escucharla, observar sus dibujos (si quería hacerlos), a jugar y en el mejor de los casos a construir junta la posibilidad de quitarse tanto dolor que tenía alojado en su cuerpo… Inmediatamente, se levantó de su silla y pidió ir al baño. Pasaron muchos meses, hasta que pude comprender lo que en ese primer encuentro había sucedido. Subrayo la secuencia significante: “verla – baño – alguien que ayude”.
Refiere que tiene una relación conflictiva con Luis, plagada de malos tratos y violencia física, moral y psíquica. No lo nombra como padre en ningún momento, por el contrario, más adelante se atreverá a llamarlo “el maldito”, “la bestia”, “esa basura”... 
En palabras de Ana: “Luis no me cae bien. Es malo. Antes me trataba de sirvienta, me hacía limpiar todo… me agarraba (se toma la ropa a la altura del cuello). A mí no me quiere”. “Cuando mi hermanita y yo nos estábamos bañando él entraba al baño. Yo me tapaba con la cortina. Nos filmaba... Filomena (la madre de Luis) decía que eso estaba bien porque es nuestro papá, pero no está bien eso… También cuando dormía me sacaba fotos, después me las mostraba… qué estúpido ¿para qué quiere fotos así?”
La problemática del ASI se torna aún más grave cuando el lazo entre la víctima y el victimario es incestuoso. Consecuentemente se provoca la ruptura de todo límite de intimidad y privacidad. La infamia queda subrayada en esta trama, porque justamente la figura/función que debiera ser sinónimo de protección, cuidado, cariño y seguridad es de quien provienen  los engaños, las amenazadas, las ofensas y la degradación del sujeto.
Cuando el incesto está consumado, el sujeto queda en una orfandad derivada de la ausencia de nominación en un mundo legislado (Capacete, 2009). Ana ya no puede nombrarse como hija, porque ése, ha caído de la función, en tanto ha violado una legalidad social y familiar.
El incesto altera el orden familiar al enmarañar y confundir brutalmente los roles, produciendo una desorganización de los afectos, sentimientos y creencias. No hay un padre que pueda brindarle la continuidad del lazo generacional. El linaje queda fracturado.
El incesto no reprime ni niega el parentesco, sino que aplasta, desintegra, penetra y aniquila. Frente al incesto nos encontramos con un vacío de nombres.
 Ana ha sufrido un atentado infame contra el orden genealógico, quedando su subjetividad afectada, desamparada e indefensa. Diremos entonces que la catástrofe psíquica estará ligada directamente por una caída de la legalidad. (Rodulfo, M.).
Se la observa aún silenciada, se frota compulsivamente sus ojos y dice que algo le molesta y le duele en ellos. Recordemos que las imagos de lo vivenciado traumáticamente suele alojarse en espacios imaginarios como si la retina quedara fijada desde el dolor en esa actualidad, ya pasada.
Otra conducta compulsiva se deja descifrar: Ana acomoda su cabello insistentemente diciendo: “no me queda bien esto”. Pensaba que esa molestia que alojaba en su cabeza/pelo (desplazamiento de vivencias, experiencias, recuerdos) y que intentaba acomodar  (ordenar sus ideas) no encontraba forma posible (incesto) que se ajustara a algo que le fuera adecuado (hija/niña)… ese era “su motivo de consulta”.
Dice: “no puedo recordar nada de todo esto que tengo en mi cabeza”. Ana fue “prisionera de un conflicto psíquico insoluble entre la necesidad contradicha de atenerse a una memoria obligada que prohíbe el olvido dentro de una memoria prohibida que obliga al olvido.”  (Enriquez).
“Con lo que vivimos hacemos lo mismo que con nuestro placard… Viste cuando uno no sabe bien como ordenar algo o dónde ponerlo y abre el placard y lo mete en algún lugar allá en el fondo… obviamente que con el tiempo nos olvidamos que están ahí las cosas que guardamos… Pero ¿qué pasa si uno almacena  y almacena? En algún momento buscando otra cosa lo más probable es que se nos venga encima todo eso que metimos casi a presión con tal de no verlo más ahí…”
La sesión próxima comienza con un “abrí el closet”, de Ana.
Y las imágenes brotaron, las sensaciones, los impasses en el relato y con ellos los sueños de angustia, nuevamente el mojar la cama, los enojos con Violeta y con Jazmín (sus muñecas de trapo), sus ansias desenfrenadas por los budines que hurta y come a escondidas…
Cuenta con excesiva preocupación: “esa casa no me gusta, me da miedo. Luis me da miedo. Yo le pedía a mi hermanita de agarrar los colchones para ir a dormir al comedor. (…) Él se llevaba a Alelí a su cuarto, cerraba la puerta y no salían hasta el otro día y a mí me dejaba llorando sola”. “Yo no puedo asegurar nada porque no vi, pero algo le hacía”. “Alex (el hermano mayor) siempre está en la calle, tampoco lo quiere a Luis, pero no se anima a decir nada sino lo castiga.” “Siempre nos dijo que mi mamá nos había abandonado, pero en realidad ella se fue porque él le pegaba mucho, eso sí lo vi”.
            Unos meses más adelante, Ana menciona: “Filomena me tenía encerrada. Luis es malo, es gruñón, es un monstruo… hay que hacer lo que él quiere sino te pega con el cinto (se toca el brazo cuando lo menciona) o no te dan de comer”.
Ana es una niña púber angustiada, triste, asustada y descreída de que alguien la pueda auxiliar. Argumenta esto diciendo que Luis: “no entiende nunca nada, que hace siempre lo que él quiere sin importarle lo que a mí me pasa, ni a Alelí, ni a nadie… sólo le importa que vos hagas lo que él quiere”. “Yo no quiero que se me acerque, ya sabe que no tiene que ir a buscarme a la escuela y sigue yendo, está escondido atrás de algún árbol, hasta el preceptor lo vio… él me quiere llevar de vuelta a su casa porque dice que ‘la María’ es una enferma mental, una loca”.
Cursa segundo año. Presenta serias dificultades en el contexto educativo. Los profesores refieren que está desconcentrada, distraída y que se duerme en clase. El año pasado se la citó a la mamá porque creían que estaba desnutrida. No hay actas, ni denuncias… Parece invisible la situación pasada y poco perceptible la actual (por ahora).
 No es un detalle menor aclarar que asiste al mismo establecimiento su hermana Alelí. Hecho que la perturba y la conmueve: “No sé cómo acercarme porque la veo en el patio y no puedo ir a hablarle porque me da miedo de lo que le pueda pasar si le dice a Luis que yo le pregunté cómo estaba. Luis puede hacerle cualquier cosa. Le hace cualquier cosa”.
Cuando habla de su hermana llora y dice frases como: “ella miente, como hacía yo cuando vivía con ‘el Luis’, que nos decía lo que teníamos que contarle a la gente si nos preguntaba que habíamos hecho con él: ir al Parque de la Costa, salidas… todas mentiras para que nadie sospechara que nos tenía encerradas haciendo cosas horribles que no me acuerdo”.
Luis “siempre se sale con las suyas. Nadie puede decirle que lo que hace está mal. Él convence a todas las mujeres”.
Ana narra verbalmente y gráficamente sus miedos. Tanto en su relato como en la gráfica pueden evidenciarse índices de terror-horror y tristeza. 
La producción gráfica arroja: cuerpos sucios[7], marcados, recortados, manos con dedos poco delimitados y en punta (evidencia violencia e incapacidad de comunicación eficaz), cabezas remarcadas (perturbaciones en las ideas, pensamientos confusos) con ojos afligidos y rostros llorando, presión excesiva en el grafismo de la lluvia (PBLL) referencias compatibles con prevalencia de angustia colosal desde un pasado que arrasa con el futuro borroneando toda marca posible de porvenir. Defensas pobres y débiles,  dejándola sumida en el conflicto que lo siente actual. Cuerpos borrados (que se dejan ver) y encimados manifestando disociación. Marca ésta, decisiva de la apropiación del perpetrador a su psiquismo.  Necesidad de fortalecimiento (no logrado) del área cognitiva. Indicadores de intimidación, coerción estresante y agobiante. Sus excesivos borrados dan cuenta de la incertidumbre y ansiedad con que vive lo actual interferido por lo que se impone como recuerdo de vivencia disruptiva. Esto se acompaña de autoinsatisfacción, descontrol y agresividad (Müller y López). La figura que representa a Luis aparece con rasgos de enojo, violencia y amenaza o por ausencia (negando su vinculación familiar), acompañada de acciones impropias y con ‘pensamientos malos’.
Lo relatado por ella es compatible con signos hallados en la producción gráfica (dibujos y escritura) de indicadores de un estado de vulnerabilidad crítico producto de experiencias vividas con preponderancia  negativa en el desarrollo de su subjetividad: golpes, malos tratos, insultos, descalificativos, menosprecio a su identidad de género, discriminación por sobrepeso, desconfianza a su entorno más próximo, vulneración a su
Intimidad, humillación tanto física como psíquica, etc.
Ana comienza a venir a su sesión acompañada con sus muñecas, a veces... “cuando pueden salir de la casa”.  Armamos diálogos entre todas y cada una de ellas cuenta “verdades cuando jugamos”. Son confesiones. La niña juega con ellas a las que trata como ha sido tratada. Habla de ellas, como si contara su propia biografía. Son retadas si no hacen lo que “se debe”, castigadas con encierros en el placard, no bañadas, ni peinadas ni vestidas si son “malas”. Son desvestidas para ser burladas y fotografiadas. Las escenas lúdicas son verdaderamente jugadas de lo que se ha vivido  con pasividad y encierro en la casa de la abuela paterna (golpes, amenazas, hambruna, castigos físico amorales tanto por parte de Luis como de Filomena). 
Esta púber ha quedado envuelta en un tiempo cronológico que  está deteniendo su madurez cognitiva y su desarrollo psicosexual. Vivencias disruptivas que quiebran el crecimiento saludable.  Ana presenta un cuadro psicopatológico con predominancia depresiva. Siguiendo a Hornstein (2003) es posible hablar en este caso de una patología del desvalimiento. Entendiendo que éstas “remiten a un déficit en la historia libidinal e identificatoria, que impidió que se proveyeran los recursos para constituir un psiquismo complejo, prolongando así la vivencia de desamparo e indefensión, promoviendo sufrimientos, angustias y defensas diferentes a las de las neurosis clásica”[8]. Entonces diremos que la producción de patología psíquica es el efecto de un modo fallido de resolución de lo acontecido y vivenciado de modo traumático.
Ana quiere continuar siendo niña, como punto de fijación a un primer tiempo de infancia en donde no todo era tan disruptivo. No quiere escuchar hablar de novios, ni de sexo, ni de cambios corporales. No va a cumpleaños, ni a bailes, ni a reuniones cuando hay chicos. Dice que le da “vergüenza y mucho asco bailar y vestirme con plataformas como mis compañeras de la escuela”.
El tiempo en la vida de un niño tiene otro valor, la constitución subjetiva no se detiene (en el mejor de los casos) y no hay derecho alguno a la utilización espuria de lapsos lánguidos justificando tiempos judiciales lentos.
Pasemos en claro algunos tiempos cronológicos.
La Sra. María hace la denuncia por presunción de ASI en diciembre, no hay ninguna medida cautelar hasta febrero del año siguiente.
Desde noviembre que madre e hijos no se vinculaban personalmente porque el Sr. Luis y la Sra. Filomena custodiaban y/o encerraban si era necesario a los niños.
Ana, se fuga de la casa del Sr. Luis en marzo, tratando de convencer a su hermanita (cuatro años menor que ella) de abandonar “ese infierno”. Solo Ana se va. Alelí y Alex al día de hoy siguen conviviendo con Luis y Filomena.
A los pocos días, comenzaron (y se mantienen a la fecha) amenazas por medio de mensajes de texto tales como “Te voy a matar por todo lo que hiciste, te dije que si me llegaba un papel, te iba a matar… Yo sé muy bien tus horarios… Decile a esa pendeja que vuela a la casa...” Medida cautelar[9] con impedimento de contacto a no menos de 500 mts. (Luis sigue pasando por la puerta de la casa de Ana, por su trabajo, pidió cambio de recorrido y todos los días da “tres vueltas” deteniéndose en la casa de Ana).
Desde marzo a noviembre se ha instado bajo apercibimiento de no presentarse a Juzgado correspondiente al Sr. Luis. Nunca se presentó y la fuerza pública, tampoco lo ha ido a buscar jamás.
En mayo son las primeras entrevistas con Ana.
Se solicitó en Junio mediante oficio la presencia de Alelí para evaluación psicológica en la Fiscalía bajo apercibimiento… No la ha llevado tampoco.
Los primeros días de Julio está fechado el oficio solicitándome un informe detallado de “mi labor realizada con la menor”. El oficial de la policía acerca la misma los primeros días de agosto. Entrego un informe detallado y ajustado a fin de no debelar más la intimidad de esta niña que por más de una razón es ultrajada, con el propósito de establecer una cooperación interdisciplinaria que permita dotar al Juez de  los elementos necesarios para resolver con la mayor justicia posible el proceso, para solucionar o prevenir el agravamiento o la extensión del conflicto. (López Faura, 2009).
Al comunicarle a Ana del pedido de informe y manifestándole que ella podía contarle al Juez de puño y letra lo que le estaba sucediendo; redactó una carta en sesión. En ella enunciaba su orfandad haciendo un llamado genuino a otro para encontrar calma. Dice “estoy harta de que no se me tenga en cuenta. Y los derechos de los niños se los metieron dónde, ¿en el placard?”
Hay un cambio de Juzgado y de carátula: aparecen otros implicados… Ya no estamos frente a un caso de abuso sexual agravado por el vínculo, únicamente. La presunción de comercio de pornografía infantil tiene sus evidencias explicó el abogado. Pidió cautela para que la investigación no se frene…
En septiembre, Ana es citada a una nueva entrevista en la Secretaría de Derechos del Niño de zona oeste. Ana dirá: “la Sra. Alejandra, ya me había entrevistado y volvió a hacerlo. Estaba también Clarisa, que es psicóloga como Ud. Insistieron en decirme que algunas madres dicen a sus hijos lo que tienen que decir”. Recuerda que le han dicho “esa es tu versión de las cosas, acá Luis contó otra”.
Es una niña víctima de la manipulación psicopatológica del canalla que no solo utilizó su imagen para goce personal sino que se lo presume involucrado distribuyendo las fotos para comercio ilícito. Obviamente no es un padre...
Las intervenciones iatrogénicas vulneran la Convención sobre los Derechos del Niño (1989)… no guía generalmente las actuaciones jurídicas en estos casos, dado que se centran más en la validación del hecho, que en la protección del niño, tal como lo plantea Rozanski (2003) en relación a las actuaciones jurídicas en el Fuero Penal.
Ese mismo día de primavera el Cuerpo Médico Forense iba a auscultarla. Solicité ante el organismo poder acompañar a Ana. Fue denegado el pedido. Ana fue sola con su madre. Pero no pudieron impedir que ingresara al recinto médico aferrada a su celular. Tenía la consigna de llamarme si así lo necesitaba. Ese día por la tarde tuvo su primer menarca. La niña entró en pánico, un llamado alertó sobre su fantasía: la habían dañado otra vez… Ahora la representación de herida adormecida pero sangrante cobraba sensación y cuerpo. Traté de calmarla. ¿Pero de qué? Ella no quería ni ser grande, ni que algo “de ahí abajo” representara el agujero de su vagina…Todos eran recuerdos actuales de aquellos años de dolor silente.
En octubre se comunican del Juzgado de Familia solicitando otro informe… El anterior no lo tenían “a mano”.


Y mientras tanto la vida de Ana transcurre… Como anteriormente mencioné el tiempo en la vida de un niño tiene otra duración… La magia del tiempo no responde al reloj: a veces una hora dura una eternidad… otras se “nos pasa volando”… 
Y Ana: “Ud. sabe cuándo yo voy a estar tranquila… no quiero que “el Luis” nos esté amenazando. Yo no puedo ir a la casa de nadie, ni a la escuela sola porque tengo miedo… Él y la Filomena me quieren raptar… María me cambió el celular así yo no veo las cosas que me manda ese maldito, pero al menos convenza a María para que me deje ir al cine con mis amigas… ¡estoy presa! Si el Juez no hace algo quiero que se muera.”
 “Si verdaderamente queremos construir entornos protectores para niños y adolescentes, es necesario mejorar la coordinación entre las escuelas, los servicios de salud, el sistema judicial, la policía (…). No hay una sola acción que pueda erradicar el abuso, se requieren  múltiples acciones coordinadas en el tiempo con un férreo liderazgo de gobiernos”. (UNICEF).
Continuaremos con un trabajo clínico que siga la línea de elaboración de lo traumático intentando historizar lo vivido para armar alguna versión posible de sí misma y de lo familiar.
Es en el espacio analítico el soporte posible donde rearmar la historia, encontrar sentidos no inscriptos o perdidos, lo que permitirá soportar el sufrimiento propio de la vida, siendo trabajo del yo investir la vida. (Aulagnier).
A esta altura estamos en condiciones de decir que una de las mayores dificultades clínicas a la hora de establecer un diagnóstico de abuso sexual radica en que una clasificación de indicadores no es suficiente para elaborar una hipótesis. En primer lugar porque la mayoría de estas señales, signos y síntoma, tanto físico como como psicológicos, no son exclusivos del ASI. Que les mencione retraimiento, conductas hipersexualizadas, trastornos del sueño, de la alimentación, conductas regresivas, enuresis, encopresis, fenómenos disociativos, conductas delicuenciales, quejas somáticas (cefaleas, dolores abdominales, alergias dérmicas), etc., constituyen solo un grupo de indicadores de sospecha según período evolutivo del niño.
En segundo lugar porque es necesario conocer la relación que el niño tiene con su madre, su historia vital, grupo familiar y su propio cuerpo a fin de establecer con anterioridad el predominio psicopatológico.
Con todo, son los mismos niños, que por medio de su cuerpo y de algunos dichos, nos informan de lo ocurrido. Sostengo, que es la capacidad de establecer transferencia el único operador teórico que permite a los niños abusados cesar en las actuaciones sintomáticas desarticulando el contrapunto organizado con la madre para pasar a comunicar sus extraños secretos. En términos coloquiales: se trata de que alguien esté dispuesto a escuchar.
El trabajo interdisciplinario constituye la base operativa para la contención y abordaje de los desórdenes producidos en familias incestuosas.
El laberinto al que el niño es arrojado, donde la confusión de entradas y salidas, de bloqueos e inhibiciones, de desesperación y esperanzas no sostenidas… Laberinto similar al que como profesionales de la salud nos enfrentamos cuando nos introducimos en el mundo de la detección y diagnóstico de la diferencia.

Califico este caso paradigmático de una intervención jurídica inadecuada: la Justicia no impidió la continuidad del incesto. Esta hija solo dejó de ser incestuada cuando se fuga del hogar. Además es revictimizada durante todo el proceso judicial (que al día de la fecha continúa). El Sr. Luis muestra una impunidad avalada por cierto sector que como consecuencias reedita la vivencia de desamparo en Ana. Esta arbitrariedad despótica conduce a que el abusador no se responsabilice de sus actos y en consecuencia continúe repitiéndose en lo que va de la primer denuncia.
Es inexcusable enlazar las intervenciones clínicas con las jurídicas  con el fin de reparar el desabrigo en que Ana está inmersa por haber quedado fuera de un mundo legislado. (Capacete) Sostengo con énfasis que en este caso dicha articulación generará efectos subjetivantes, no así la inconexión.
Hoy Ana juega a las cartas… Al LOLA–MENTO…  ojalá pronto dejemos de hacerlo…
Que la Justicia pueda escuchar, brindándole las condiciones de protección y derecho que todo niño merece hará que su infancia no sea invisible.




Bibliografía
-            Ajuriaguerra, J. (1973). Manual de Psiquiatría infantil. Barcelona: Toray-Masson.
-            Boscato, A.; Ortalli, I. y Sobrero, D. (2010). Dibujos que hablan. Indicadores de Abuso Sexual Infantil en Gráficos. Quilmes: Tiempo Sur.
-            Capacete, L., Nogueira, S. (2004). La intervención jurídica en los casos de incesto. En Culpa, responsabilidad y castigo. En el discurso jurídico y psicoanalítico. Buenos Aires: Letra Viva.
-            Capacete, L. (2009). Incesto paterno filial: función clínica del derecho. En Gerez Ambertín, M. (compiladora). Culpa, responsabilidad y castigo. En el discurso jurídico y psicoanalítico. Vol. III. Buenos Aires: Letra Viva.
-            Cyrulnik, B. El sentimiento incestuoso, RN Héritiere, F. (coord.): Del incesto.
-            García Arzeno, M.E. (1983). El síndrome de la niña púber. Buenos Aires: Paidós.
-            Jaitin, R. (2010). Clínica del incesto fraternal. Buenos Aires: Lugar.
-            López Faura, N. (2009). Derecho y psicología: una articulación pendiente en los procesos de familia. La familia en el nuevo Derecho. Libro homenaje a la Profesora Dra. Cecilia Grossman. Tomo i. Buenos Aires: Rubinzal Culzoni.
-            Platón.  La República.
-            Rodulfo, M. (2006). El niño del dibujo. Buenos Aires: Paidós.
-            Rozanski, C. (2003). Abuso sexual infantil, ¿denunciar o silenciar? Buenos Aires: Ediciones B.
-            Tomei, F. (2014). Ejercicio psicoanalítico de la práctica pericial. En Diaz, A. Abuso sexual infantil. Encrucijadas terapéuticas, problemáticas jurídicas. Buenos Aires: Fundación San Javier.
-            Wetteengel, L.; Untoiglich, G. y Szber, G. (2009). Patologías actuales en la infancia. Buenos Aires: Noveduc.
-            Winnicott, D. (1979). Realidad y juego. Barcelona: Ed. Gedisa




[1] Una versión similar fue presentada de modo oral en unas Jornadas sobre abuso sexual, luego publicada en “Abuso sexual infantil. Encrucijadas terapéuticas, problemáticas jurídicas”.
[2] Boscato, A., Ortalli, I y Sobrero, D. (2010). Dibujos que hablan. Indicadores de abuso sexual infantil en gráficos. Quilmes: Tiempo Sur.
[3] Héctor Franch en un artículo publicado en el diario Página 12, en el año 2206 cuenta que el término 'descifrar' tiene una historia interesante. Antes que ser una palabra para designar cualquier número, 'cifra' significó 'cero', número clave para el cálculo que sirvió para indicar el lugar vacío antes que la idea de nada. La introducción del cero resultó tan revolucionaria en la aritmética de todos los días que se quiso tenerlo en secreto, de su asociación con algo secreto se considera que algo cifrado es algo secreto y que debe, por lo tanto, descifrarse.
[4] Tomei, F. (2014). Ejercicio psicoanalítico de la práctica pericial. En Diaz, A. Abuso sexual infantil. Encrucijadas terapéuticas, problemáticas jurídicas. Buenos Aires: Fundación San Javier.
[5] Rodulfo, M. (2006). El niño del dibujo. Buenos Aires: Paidós.
[6] García Arzeno, M.E. (1983). El síndrome de la niña púber. Buenos Aires: Paidós.
[7] Alkolombre (2013) dirá que es a partir de la situación de abuso que todo lo referido con lo genital se transforma en algo sucio.
[8] Wetteengel, L.; Untoiglich, G. y Szber, G. (2009). Patologías actuales en la infancia. Buenos Aires: Noveduc.
[9] Este concepto comprende una serie de sentencias tendientes a evitar la modificación de la situación de hecho existente al tiempo de deducirse la pretensión, o la desaparición de los bienes del deudor que aseguran el cumplimiento de la sentencia de condena que pueda recaer en ése o en otro proceso. Encuentran su fundamento en la necesidad de mantener la igualdad de las partes en el juicio y evitar que se convierta en ilusoria la sentencia que ponga fin al mismo, asegurando en forma preventiva el resultado práctico o la eficacia de la sentencia principal recaída en un proceso de conocimiento o de ejecución.
Más que a hacer justicia, está destinada a asegurar que la justicia alcance el cumplimiento eficaz de su cometido. Son sus caracteres a) provisoriedad o interinidad, pues estan supeditadas al transcurso del tiempo que transcurre desde que es dictada hasta la ejecución de la sentencia recaída en un proceso de conocimiento o de ejecución y b) mutabilidad o variabilidad en el sentido que pueden ser revocadas o modificadas siempre que sobrevengan circunstancias que así lo aconsejen. Los presupuestos para que sean viables es que el derecho sea verosímil y que exista un peligro real en la demora. (Extraído de www.tododerecho.com).

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